El rodaje más espantoso de Audrey Hepburn: un amor prohibido, peleas y los escupitajos de Humphrey Bogart

En «Sabrina», la actriz tuvo que soportar el mal carácter del protagonista de «Casablanca», que bebía como un cosaco y torturó a Holden y Billy Wilder, al que llamó de forma cruel «ese hijo de puta nazi», sabiendo que era judío y que su familia había muerto en Auschwitz

Humphrey Bogart, Audrey Hepburn y William Holden en la imagen promocional de «Sabrina»
Lucía M. Cabanelas

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Billy Wilder siempre supo sacar el punto ácido al pastel más dulce. Quizás por eso eligió como su Sabrina a Audrey Hepburn , y como uno de sus galanes en esta adaptación del éxito teatral de Samuel Taylor a Humphrey Bogart . El apogeo de la por entonces jovencísima actriz, en una nube tras su triunfal «debut» con «Vacaciones en Roma», que le valió un Oscar y la condición de estrella, chocó desde el principio con la apatía crepuscular del que fuera el caballero ingenuo de «Casablanca».

Sin armas de fuego ni Sam para que colmara sus desgracias acariciando el piano, Bogart se sintió desde el principio incómodo en el traje de Linus , el hermano mayor de los Larrabee. Ni siquiera fue la primera opción para el papel, toda vez que se embarcó en el proyecto de la Paramount después de que Cary Grant, a punto de cumplir los 50, rechazara participar en la película asustado por verse emparejado con una Audrey Hepburn de 24 años.

Los problemas se sucedieron después de que Wilder tomara la desafortunada decisión de ofrecerle el papel a Humphrey Bogart , que tenía 54 años pero aparentaba al menos diez más después de décadas bebiendo como un cosaco . Su apariencia envejecida y enferma y el hecho de no haber participado nunca en una comedia romántica hicieron dudar a Paramount, que no veía nada claro cómo encajar al intérprete en «Sabrina». «No importa», defendió el agente del actor, asegurando que, además de ser un profesional de la industria, su fichaje tampoco sería un inconveniente en cuanto a imagen, pues de sobra era sabida su relación con Lauren Bacall , a la que llevaba 25 años.

La elección de Wilder sentenció la decisión final de esta especie de Cenicienta moderna. A pesar de la trayectoria sentimental de Hepburn fuera de la pantalla, emparejada siempre con hombres mayores que ella, su complicidad con Bogart era tan inexistente como poco creíble que rechazara al seductor William Holden , que daba vida a David Larrabee, por él.

Los celos del galán de «Casablanca»

La química entre Holden y Hepburn, y sobre todo su condición de estrellas emergentes afectaron a Bogart, que no dio tregua a la pareja protagonista desde que comenzó el rodaje. «Enseguida me di cuenta de que el plató se había convertido en un campo de batalla. Hubo muchas fricciones, antagonismos e intrigas durante la filmación. No sé por qué, pero Bogie estaba casi paranoico pensando que Wilder, Holden y Hepburn estaban contra él . Tal vez por eso no se sintió cómodo en el papel», recuerda Marta Hyer, a quien habían contratado para interpretar a Elizabeth, la prometida del menor de los Larrabee, en una entrevista con Donald Spoto, autor de la biografía sobre la protagonista de «Historia de una monja» (1959).

El infierno empezó en la primera jornada de rodaje, cuando Bogart invitó a algunos miembros del equipo a su camerino para tomar unas copas. En ese grupo de privilegiados no estaban ni la pareja protagonista ni el director, que se reunieron por su cuenta para charlar y tomar unos martinis. Según Spoto, tras varios días de reuniones por separado, Wilder invitó a Bogart a unirse a ellos, pero recibió una respuesta negativa, alimentada por el rencor de no haber sido su primera opción , ni para el papel ni para los brindis. A partir de entonces, el protagonista de «La reina de África» mantuvo su bilis a punta de lanza, y fueron constantes sus quejas y su boicot a una película que odió desde el primer día hasta su estreno, en septiembre de 1954. «Bogart creía que los directores debían mostrarse humildes ante él», recordaría años después su agente, Irving Lazar, «pero en una película de Billy Wilder no hay más estrella que Billy Wilder ».

El carácter huraño de Humphrey Bogart no era el único problema de «Sabrina». El guión, que Wilder y Ernest Lehman rehacían casi a diario después de que el director destrozara el ingenio literario y la elegante prosa del dramaturgo Samuel Taylor, no terminaba de convencer. Escribían al mismo tiempo que rodaban, lo que retrasaba el resultado. Aquejado de tantos quebraderos de cabeza como dolores de espalda, Wilder recurrió a Audrey Hepburn, siempre atenta y un encanto con los equipos en los que trabajaba.

«Tenía que ocupar todo el día, pero también parar, de modo que fui a ver a Audrey y le expliqué el problema», reveló el director a Cameron Crowe en sus «Conversaciones con Billy Wilder». Sin reparo alguno, la actriz hizo de prima donna, habló con el ayudante de dirección y sacó al realizador del entuerto : «Por favor, me duele muchísimo la cabeza. Le ruego que me autorice a acostarme un rato». Gracias a su ayuda, Lehman y Wilder ganaron media jornada extra y resolvieron el problema de guión. «No le importó. Simplemente lo hizo (...) No se la puede duplicar o sacar de su época», dijo el director.

La pelea que sacudió el rodaje

Mientras unos inventaban excusas para ganar tiempo, otros intentaban salir a flote entregándose al alcohol. De sobra conocida por todos era la afición a la bebida de William Holden, del que recuerda Hyer que «tras un almuerzo líquido tenía que tumbarse y descansar hasta que recobraba la sobriedad» .

Bogart, más veterano con la botella, no perdió comba y aprovechó su oportunidad una mañana en la que el actor de «Grupo salvaje» llegó al rodaje «débil y tembloroso, interrumpiendo constantemente sus diálogos e incapaz de trabajar». «Me parece que este tío le ha dado demasiado a la botella», se jactó Bogart , provocando una pelea entre los dos actores. Un bochornoso choque de testosteronas que sufrieron especialmente los miembros del departamento de maquillaje, obligados a reparar los destrozos de la escaramuza de los actores. Como si no fuera suficiente castigo la pelea diaria para cubrir sus etílicas ojeras.

Audrey Hepburn, mientras tanto, se abstuvo de criticar el comportamiento de los dos intérpretes. Condicionada, ciertamente, por su aventura con Holden, su amante desde el comienzo del rodaje y con quien «pasaba todas las noches» , tal y como aseguraron varios miembros del equipo. Con total discreción para no vulnerar las «cláusulas de moralidad» que imponía Hollywood en sus contratos ni provocar un escándalo público —el intérprete estaba casado y era padre—, los dos actores se veían en la casa de él, después de que Audrey Hepburn abandonara su apartamento en un hotel de Wilshire Boulevard para mudarse cerca de la residencia de Holden.

Inmerso en un surrealista matrimonio en el que tanto él como su esposa, la también actriz Brenda Marshall, aliviaron sus dudas en aventuras extramatrimoniales, no anticipó Holden los repentinos celos de su esposa, inmune a sus infidelidades hasta que apareció Audrey Hepburn. « Audrey encarnaba todo cuanto él admiraba en una mujer . Ella era joven, once años menor que él; lo consideraba el hombre más guapo que había conocido y estaba fascinada por su encanto masculino y su buen humor», comentó Bob Thomas, biógrafo del actor.

Una vasectomía y el corazón roto

Hepburn, que antes del rodaje de «Sabrina» había comenzado un tonteo, sin compromiso por el momento, con Mel Ferrer, sucumbió a los encantos de Holden del mismo modo que lo hizo Gloria Swanson , aunque, por fortuna, con desigual desenlace. No terminar boca abajo en la piscina no libró al actor, sin embargo, del desaire de Hepburn, después de enterarse, tras semanas ocultándolo, de que se había sometido a una vasectomía.

Aunque llegó a prometerle a la actriz que se divorciaría de su esposa y se casaría con ella, Hepburn, decidida a abandonar su carrera para tener hijos, cortó por lo sano en cuanto se enteró de la esterilidad de Holden. Lo quería, igual que amaba su trabajo, pero aún más deseaba convertirse en madre , una ambición que él nunca podría haber colmado. «Estaba muy enamorado de Audrey Hepburn, pero ella no quiso casarse conmigo, de manera que me dediqué a viajar por el mundo, decidido a tirarme a todas las mujeres que se me pusieran delante en los países que visitaba», comentó años después el actor. «Sus trayectorias profesionales fueron formidables, pero nunca llegaron a ser felices en su vida personal», resumió Wilder.

Los comentarios de mal gusto de Bogart

Demasiado enfrascado en rumiar su amargura, el tercero en discordia, Bogart, dirigió su odio también hacia Wilder. Después de que el director le presentara unos diálogos modificados, el actor se burló preguntándole si los había escrito su hija de siete años. También imitó su acento vienés y se dirigió a él como «ese hijo de puta nazi» , un comentario especialmente cruel habida cuenta de que Wilder era judío, y había perdido a su madre y a su suegro, entre otros familiares, en Auschwitz.

Ni siquiera la actriz de «Una cara con ángel», adorada siempre por los equipos con los que trabajó durante toda su trayectoria profesional, escapó al mal genio de Humphrey Bogart, más dañino si cabe que el tabaquismo que ya hacía mella en un fumador empedernido como él. Hepburn, siempre disciplinada, aliviaba los problemas del rodaje con sus tomas casi siempre perfectas a la primera. Hasta que un día, en un diálogo que compartió con la pareja de Bacall, olvidó una frase. No se le escapó el fallo a Bogart, que la usó de diana. «Quizá deberías ir a casa y estudiar el diálogo en lugar de salir por ahí todas las noches» , masculló el actor, que para más inri tenía la costumbre de escupir al hablar.

Wilder tuvo que pedir a la ayudante de vestuario de Hepburn que estuviera preparada con una toalla tras cada toma; «pero hazlo de modo que no se note», cuenta Spoto que dijo el director de «El apartamento». Con la misma discreción debía trabajar Charles Lang, el responsable de fotografía, que trabajaba hasta el agotamiento para evitar que la iluminación revelase el menor rastro de saliva del actor.

Con la cadencia de su voz y su atractivo natural, Hepburn compensó la falta de encanto de Bogart y resolvió la sencillez de un personaje que carecía de la singular excentricidad con la que Taylor lo había cincelado. Se excedió en su papel y, siempre pacífica, medió entre los protagonistas; incluso ignoró los maniáticos ataques con los que la regó Bogart, y, a pesar de todo, fue la que menos remuneración percibió por su participación en «Sabrina». Mientras que William Holden cobró ochenta mil dólares y Bogart doscientos mil, la actriz únicamente recibió 11.914 .

La enésima víctima de un caótico rodaje

Terminó la película pero no las víctimas colaterales. El diseñador de modo Hubert de Givenchy , que comenzó en «Sabrina» una estrecha amistad con Hepburn y una colaboración que continuaría en «Una cara con ángel», «Ariane», «Desayuno con diamantes», «Encuentro en París» y «Cómo robar un millón», quedó devastado cuando, durante una proyección privada, vio cómo su nombre no aparecía en los títulos de crédito. La actriz también se disgustó al leer «Supervisión de vestuario: Edith Head», que finalmente recogió el Oscar sin mencionar al modisto .

«Pasaron la película y mi nombre no aparecía por ninguna parte. Imagínese si hubiera recibido algún tipo de reconocimiento por "Sabrina"; ¡La ayuda que habría sido para mí, que me encontraba al principio de mi carrera! Pero no importa, al cabo de unos años todo el mundo lo sabía. Además, ¿qué podría haber hecho? En el fondo, tampoco me importaba, estaba encantado con la posibilidad de vestir a la señorita Hepburn», dijo el diseñador en un artículo de «Vanity Fair».

Público y crítica, el diseñador, la Paramount y el equipo de la película, coincidieron en lo mismo: todo el caos del atroz rodaje mereció la pena por ver cómo Audrey Hepburn superaba la vacuidad de su Sabrina Fairchild y se transformaba, vestida de Givenchy, de Cenicienta a princesa .

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