Los excesos de Michael Caine, el actor que formó «equipo alcohólico» con John Lennon

El actor, al que John Wayne le pidió antes de morir que saliera del hospital «cagando leches», coqueteó con Bette Davis, casi se le va de las manos «violar a Jane Fonda» delante de Otto Preminger y fue perseguido en Almería por Brigitte Bardot

Se publica en España «La gran vida» (Ed. Fulgencio Pimentel), un segundo ejemplar autobiográfico del actor

Michael Caine en «Alfie»
Lucía M. Cabanelas

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Ha pasado a la historia como un aristócrata del cine, con aire altivo y embutido en la clásica americana british . Pero ni nació rico ni sir , y, por no ser, ni siquiera es Michael Caine . Se llama, en realidad, Maurice Joseph Micklewhite, pero, como ya había alguien con el mismo nombre, se sentó en un banco de Leicester Square y se inventó otro mientras echaba un vistazo a todos los estrenos. Su actor favorito, Humphrey Bogart , protagonizaba «El motín del Caine» . No había más que hablar. «Así me llamaría. Porque era corto, porque era fácil de pronunciar y porque me sentía un amotinado. Y porque, como el Caín del Antiguo Testamento, yo también había sido expulsado del paraíso».

Después de una odisea y casi seis décadas al pie del cañón, consiguió rendir a Hollywood , estrechando la distancia entre su londinense Elephant & Castle natal y una meca del cine que a veces solo entiende de estirpes. Haciendo del acento cockney un manifiesto, logró que el dialecto de los bajos fondos sonara como el del más snob de los británicos y que su blefaritis, esa enfermedad «leve pero incurable, no contagiosa, que hace que los párpados se inflamen», sedujese a Shelley Winters, la madre de la Lolita de Stanley Kubrick a la que le bastó una mirada suya para caer rendida a sus pies en «Alfie». «Me daban un aire somnoliento y apático, y cierto aire desabrido puede resultar atractivo», reconoce Michael Caine en su autobiografía «Mi gran vida» (Ed. Filgencio Pimentel ), «un mamotreto escrito por un actor viejo y vanidoso» en el que alterna glorias y fracasos, malas rachas con lujosas fiestas. Lejos del estricto ego de otras estrellas, él siempre lo ha tenido claro: «Soy un actor y trabajo para ganarme la vida. Y por eso creo que cuando hubo que metamorfosearse de estrella en actor principal, una vez que me hice a la idea, fui capaz de hacerlo».

Curtido por la vida, fue quien quiso en sus más de 170 películas, en las que alterna sin miramientos su fachada de donjuán con la de mayordomo o espía. No en vano, mientras todo el mundo se dejaba la piel por sobrevivir en plena Depresión, él escondía su timidez bajo la máscara de lo que sería en el futuro cada vez que abría la puerta de casa. Porque cuando su familia, pobre, se retrasaba al pagar las facturas y el casero iba a cobrar el alquiler, lo recibía y le recitaba, de carrerilla, el guión que su madre había escrito para el actor, que ya apuntaba maneras: «Mi mamá no está». Sí estaba, escondida detrás de la puerta, orgullosa de ese chico «de ojos ridículos, orejas de soplillo y, para colmo, raquítico» que ya daba lecciones de interpretación con tres años y le salvaba los muebles. Nada mal para un niño al que, cuando decía que iba a ser actor, respondían siempre lo mismo. «"¿Tú? ¿Y qué vas a hacer? ¿De bufón?" Y se partían. Si decía que quería subirme a un escenario, replicaban: "¿Para barrerlo?"».

Sufrió los pesares de una evacuación en Londres, relegado a una familia «de sádicos» que lo mataba de hambre y lo encerraba, como a Harry Potter, en un armario durante todo el fin de semana, «famélico y repleto de llagas». Parecía gafado. Pero cuando rodaba la primera escena de «Alfie» pisó «una mierda de perro», y todos saben lo que pasa cuando sucede eso. «Trae buena suerte», le dijo el director, Lewis Gilbert. «Lo sé, ya me lo dijo mi maestra», recordó Caine, al que le pasó algo similar cuando lo separaron de su familia. Y disfrutó de la recompensa, de nuevo por doble partida. Fue de los pocos afortunados en disfrutar de un «Happy Birthday» privado, en dos ocasiones, sintiéndose como el «Mr. Presidente» John F. Kennedy. «No hay muchos actores cuya carrera se haya prolongado a lo largo de seis décadas –desde "Zulú" hasta "El Cabellero Oscuro"– y debe de haber muy pocos a quienes Carly Simon y Scarlett Johansson hayan cantado al oído emulando a Marilyn Monroe », escribe en sus memorias, el segundo tomo de un sinfín de anécdotas que ya se publicaron en 1993.

Capaz de lo mejor y lo peor, Michael Caine , veterano de la Guerra de Corea, formó con John Lennon «un pequeño equipo alcohólico» en Cannes y le tiró una copa a Woody Allen , pero antes merodeó por Londres, desesperado, en busca de trabajo con actores como Albert Finney , Peter O'Toole, Sean Connery o Richard Harris. Si algo no se le puede achacar es falta de criterio, al menos para elegir compañía: todos terminaron convertidos en imprescindibles. Algo que no le libró de la cárcel, a donde le empujaron, «sin blanca y famélico» , por no pagar la manutención de su hija a su primera esposa.

Pese a todo, se convirtió en un galán rubio cuando el espectador los prefería morenos; en un sex symbol a pesar del augurio del presidente de Embassy Pictures, que vaticinó su fracaso en las comedias románticas porque «en pantalla parecía... un maricón». Michael Caine sorteó todos los baches, y ninguno le impidió que la Academia le nominara hasta en seis ocasiones, reconociendo su trabajo con dos Oscar («Hannah y sus hermanas», «Las normas de la casa de la sidra»). «Yo era un joven que siempre había soñado con Hollywood y se había preguntado cómo sería: resultó que era una especie de torbellino con las mejores cosas de la vida... en las que no tenía cabida la vida real», resume el intérprete, que se dio de bruces con la vida que soñaba, pero que nunca esperó llegar a conseguir.

Pero cuando John Wayne se cruza en tu vida, poco importa el pasado repleto de picardías y fiestas de un hombre que «fumaba como un carretero» y «bebía como un cosaco, dos botellas de vodka al día». «Habla bajo, despacio y no hables mucho», le aconsejó el actor, símbolo de América durante décadas. Aunque Rita Hayworth , «el auténtico glamour de Hollywood», te reciba en casa ebria y con un albornoz mugriento . Aunque Brigitte Bardot te busque «pog todas pagtes» en Almería y Scarlett O'Hara te enseñe a imitar el acento sureño para «La noche deseada». Aun cuando la «legendaria» Bette Davis casi te tire los trastos porque le recuerdas a Leslie Howard. Incluso cuando casi se te va de las manos «violar a Jane Fonda» delante de Otto Preminger. Antes del chismorreo, haces caso al consejo de El Duque, que, a punto de morir y ante las lágrimas de Caine, le dijo: «¡Sal de aquí cagando leches y diviértete un poco!». Y lo haces, pero en lugar de hablarlo, lo escribes. En dos libros si hace falta. La típica galantería de un cockney infiltrado en la élite del cine.

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