Crítica de 'The quiet girl': El hermoso lugar donde no sobras

Lo milagroso es que nunca cae este quebradizo relato en blandura o sensiblería, sino que localiza con naturalidad, sin ordinarieces visuales o textuales, lo emotivo y lo reviste con sutileza de turbación y emoción

La infancia robada de una niña callada

Catherine Clinch, protagonista de 'The quiet girl'
Oti Rodríguez Marchante

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Una película sigilosa, de sensibilidad acentuada en cada punto de luz de su historia, la primera que dirige Colm Bairéad y maravillosa de principio a fin. La protagonista es una niña de nueve años, también sigilosa y transparente en su numeroso y caótico ambiente familiar, una niña ‘rara’ y casi molesta para padres y hermanos. La narración transcurre en la Irlanda rural y en un verano de 1981, lo que propicia la conexión, en cierto modo, entre la calidad de la mirada de Colm Bairéad y Carla Simón y hace pensar, de lejos y en una ráfaga, en ‘Verano 1993’ , cuando la niña es enviada a vivir ese tiempo con unos parientes lejanos.

El magisterio y la delicadeza de la cámara atrapa cada brizna de sentimiento que se abre en la relación de esa niña con sus nuevos ‘padres’, cada atención, cada detalle, cada instante de comprensión mutua, el modo en que se rellenan los vacíos entre ellos, los naufragios: la niña a ese matrimonio muy, muy dolorido por la pérdida de un hijo, y ellos a ese ser delicadísimo y de pureza absoluta pero sin sitio. Lo milagroso es que nunca cae este quebradizo relato en blandura o sensiblería, sino que localiza con naturalidad, sin ordinarieces visuales o textuales, lo emotivo y lo reviste con sutileza de turbación y emoción. Un comentario sobre la humedad que empapa el colchón, una galletita dejada en el borde de la mesa, la ternura al abrocharle los botones de una blusa…, todo es de una perfección moral y de una integridad que abruma; incluso el retrato distorsionado y equidistante entre lo irónico y lo dramático del entorno, la vecina chismosa o el padre zafio.

Ficha completa

The Quiet Girl

The Quiet Girl

Bien medida de duración (¡la bendita hora y media!), justa en lo tonal y sentimental, narrada con una elegancia y belleza absolutas, y con interpretaciones esculpidas para que aparezca la riqueza de matices de los personajes, el de la niña (Catherine Clinch) y el de sus padres de acogida temporal, Carrie Crowley y Andrew Bennett, maravillosos. Gran película, con un drama en su interior ‘apetecible’, rico, que enriquece, y una obra que compite por el próximo Oscar en lengua no inglesa (está hablada en gaélico), y desde ya, y a pesar de tener enfrente la excelente ‘Close’, de Lukas Dhont, la (mi) favorita.

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