Crítica de 'Mi crimen': Sainete de un asesinato en busca de autor

Tiene un ritmo dinámico, juega bien con los equívocos y dosifica con gusto su espumoso desenfado con algo de crítica subterránea, y rezuma divertimento en la pantalla y en sus actores y espectadores

François Ozon: «Las personas mayores no deben ser invisibles»

Fotograma de la película 'Mi crimen'
Oti Rodríguez Marchante

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François Ozon es un director de trayectoria larga, con una filmografía extensa bien conocida en España y no poco pesada, aunque tiene al menos un par de títulos muy interesantes, como ‘En la casa’ o ‘Frantz’. En alguna ocasión ha intentado, con poca fortuna, hacer comedia (‘8 mujeres’ o ‘Potiche, mujeres al poder’) pero es ahora, con ‘Mi crimen’, cuando realmente acierta con la tecla de la ligereza y allá al fondo, y si se quiere, con algo de reflexión sobre asuntos como la mujer, la fama, el viejo cine, el despotismo de la industria o la arbitrariedad de la justicia. Todo ello en un tono cercano al vodevil.

La historia tiene su origen en un texto teatral de Georges Berr y Louis Verneuil y está magníficamente ambientada en el París de los años treinta a los aires de una intriga criminal y un estrambótico juicio. Un productor de películas muere, una joven actriz que salió de su casa con la ropa desabotonada es acusada del asesinato y su amiga abogada la defiende de la acusación aunque con un plan sorprendente y sibilino.

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Si bien la trama no es digna de Sherlock Holmes, la cromática variedad de personajes la hace atractiva y chispeante, desde la frescura de las dos jóvenes, acusada y abogada, hasta la seriedad desternillante del juez instructor, que interpreta el fabuloso Fabrice Luchini. Las estrellas de la función son Nadia Tereszkiewicz y Rebecca Marder, hasta que aparece en ella una descontrolada Isabelle Huppert, con vía libre para el exceso, pero volcada en su papel de vieja gloria del cine mudo (o sea, gloria marca Swanson) que reclama para sí la autoría del crimen.

Tiene un ritmo dinámico , juega bien con los equívocos y dosifica con gusto su espumoso desenfado con algo de crítica subterránea (¡esos productores golferas!), y rezuma divertimento en la pantalla y en sus actores y espectadores.

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