Crítica de 'Las buenas compañías': Transición social y transición individual y sexual

Un buen trabajo de Silvia Munt de dirección de actores y de planificación, sin arredrarse ante los planos largos y sacándole brillo a los corto

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Imagen de 'Las buenas compañías'
Oti Rodríguez Marchante

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Dramas juveniles, femeninos, o feministas, que describen la situación de la mujer en la España, más concretamente en la localidad guipuzcoana de Rentería, justo antes de la Transición y centrada la vista esencialmente en ‘el derecho al aborto’ en los años previos a su aprobación. La protagonista es Bea, poco más que una adolescente que participa del ambiente convulso y de las protestas junto a un grupo muy activo en favor de la libre interrupción del embarazo. Pero la directora Silvia Munt, sin apartar su mirada de ese objetivo de lucha, permite que se inmiscuyan en sus propósitos otras cuestiones fácilmente previstas, como las políticas, de clase y, muy fundamentales en la trama, las sentimentales y de identidad sexual o exploración personal.

No es una época, los setenta, fácil de ambientar sin caer en lo tópico, pero Silvia Munt consigue un aire y un clima verosímil en la pantalla. La amistad entre Bea y Miren, una joven bien situada económica y socialmente en cuya casa trabaja ocasionalmente Bea de asistenta, doblega en cierto modo la línea más activista del argumento y le concede a la historia unas hebras melodramáticas y emocionales. Las dos actrices, Alicia Falcó y Elena Tarrats, conducen con apreciable sigilo, ingenuidad y fortaleza los progresivos cambios de su relación. Un buen trabajo de Silvia Munt de dirección de actores y de planificación, sin arredrarse ante los planos largos y sacándole brillo a los cortos, terreno en el que destaca la interpretación de Itziar Ortuño, la madre de ella, que ensancha de sentidos la película.

Ficha completa

‘Las buenas compañías’ ofrece un apunte de la época y las circunstancias, no en exceso original, pero sí con fuerza dramática y efervescencia solidaria, aunque muy contenida en pasiones y expresividad, un poco al estilo de ‘los vascos y las vascas’, tan suyos en el empleo del monosílabo y en darse al mundo.

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