Festival de San Sebastián

Tregua de cine contemplativo y en ebullición con Luca Guadagnino

Entre lo último que ha ofrecido la Sección Oficial, lo más exigente es «We are who we are», miniserie de ocho capítulos

El director italiano Luca Guadagnino Efe
Oti Rodríguez Marchante

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Entre lo último que ha ofrecido la Sección Oficial, lo más exigente es «We are who we are» , miniserie de ocho capítulos (más exactamente, una película de ocho horas) cuya exigencia más obvia es la jornada laboral que había que «meter» para verla entera. El director de «Call me by your name» utiliza toda la expresividad y sutileza de su lenguaje para narrar una historia desde dos perspectivas, la de dos adolescentes, Fraser y Caitlin , que viven en una base militar americana anclada en el Veneto italiano; son hijos de militares destacados allí y, por lo tanto, producto del apego y desapego por la itinerancia de su vida con su cultura. El desarrollo de los primeros episodios se concentra en desvelar la personalidad de sus jóvenes protagonistas, el desarraigado y asocial Fraser, al que cuesta horrores acomodarlo con simpatía, y la hermosa y desorientada Caitlin , y el argumento avanza sin contar aparentemente nada interesante de ellos, mientras la vida adulta y militar sigue su también incomprensible rumbo allá al fondo de la historia.

Con esfuerzo, uno puede entretenerse con la capacidad de Guadagnino en reunir mirada amable y mirada espinosa en sus personajes y ambientes, y en tratar que los comportamientos despidan cierto aroma de confusión sexual y de rara coreografía para adaptarse al peculiar medio en el que viven. Aunque está hecha con sentido y sensibilidad, no se le puede reprochar a nadie que salte de ese barco en plena travesía y alcance a nado la orilla.

Dos títulos en competición por la Concha de Oro y que admiten reseña, uno japonés de Takuma Sato titulado algo así como «¿Hay niños lloricas por aquí?» y otro francés de Danielle Arbid, «Passion simple». El japonés alude a una fiesta tradicional que consiste en que unos paisanos con horrendos disfraces asustan a los niños por las casas, mientras estos lloriquean y prometen que serán buenos, y la trama se centra en un joven recién casado padre de una niña, y participa en esta tradición, y entre mucho alcohol, gritos y pataleos propios de la grotesca tomatina , el joven se agarra una formidable tea y aparece en pelota picada por la televisión que lo retransmite… En fin, minucias que lo llevan a perder la dignidad y todo lo que tiene. Lo de dentro de la pantalla será, sin duda, tremendo; pero fuera de ella, a nivel butaca de patio, uno asiste a los dramas del protagonista tan frío y fuera de sitio como unas chuletas de ternasco en la nevera de un vegano.

La francesa «Passion simple» es muy sencilla de contar: la relación de «chunda chunda» persistente y agotadora de una pareja, señora francesa y titán ruso, rodada con enorme aparato gimnástico por parte de su fotógrafo, Pascale Granel , y de sus dos actores, Laetitia Dosch y Sergei Polunin, que algún tipo de premio (no oficial) sí que se merecen por lo bien que ejecutan sus continuos encontronazos en la pantalla. Su historia, simple pero también memorable, está aderezada con una voz en «off» de ella y de sus recuerdos y arrebatos. O sea, tiene pretensiones, y el misterio reside en saber cuáles.

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