PODERÍO. Fabricio Coloccini, que salió desde el banquillo, no fue superado por ningún rival. / EFE
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Tablas en la fiesta de los suplentes

Con Messi de titular, Argentina confirma su vitola de favorito ante Holanda en un partido plagado de todo tipo de reservas

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Una Argentina, con vitola de favorito reservón y temporizador, se proclamó anoche en Fráncfort campeona del conocido como grupo de la muerte al empatar sin goles ante Holanda, la otra clasificada, en un partido de beneficiencia para suplentes y jugadores formales. La escuadra albiceleste disputará el próximo sábado en Leipzig un atractivo duelo hispanoamericano frente a México. También en octavos de final los pupilos de Marco Van Basten se enfrentarán el domingo en Nuremberg a Portugal. Entonces serán eliminatorias a vida o muerte, el acicate que faltó ayer en una noche de pocas audacias, plagada de todo tipo de reservas.

Esta Argentina tiene algo especial. Lleva el marchamo de los campeones. Cambian los nombres, pero permanece inalterable la lealtad a una manera agraciada de entender el juego. Es una magia contagiosa a la grada, ayer más grandiosa en el espectáculo animador que en la propia cancha. Hay un fervor casi religioso, una liturgia pagana que transciende de las tribunas al rectángulo terrenal. Es una comunión vibrante enaltecedora que no entiende de minorías numéricas. El color dominante era naranja. El rugido tenía acento porteño.

Geometría variable

De repente, un chispazo electriza el ambiente. Suele ocurrir cuando la bola se acoquina en las botas de un ultraindividualista Messi, en una aceleración de Tévez -designado mejor jugador del partido-, una arrancada de Macherano, un leve toque de Riquelme, un remate cruzado de Maxi Rodríguez o toda una secuencia de circulación a geometría variable. La albiceleste se gusta. A veces demasiado. Se empacha y no consuma. O brinda al incombustible Edwin Van der Sar la oportunidad de lucirse la noche de su 112º partido internacional, hito igualado con Frank de Boer.

Con poca cosa en liza, el clásico de los buenos aires trasatlánticos fue un premio de buena conducta. Jugaron los que se habían portado bien en las dos citas previas sin dar motivos a ser reñidos por los árbitros. Fueron despojados de titularidad los amonestados, lo que les ponía en el disparadero de una suspensión en octavos. La única excepción fue Boulahrouz, en quien Van Basten confió como baluarte de una defensa desguarnecida de Mathijsen, Heitinga y Gio.

Frente a los cinco titulares 'oranjes' sacrificados, Pekerman sólo renunció a cuatro. Optó por un 'once' inmaculado del que fueron apartados los informales Heinze, Saviola y Crespo. En la zaga se estrenó Milito, así como el 'romano' Cufre que salió en lugar de Sorín, renqueante de un golpe. En la delantera repitió el tándem Tévez y Messi, que habían debutado como suplentes contra Serbia.

Van Basten jugó con las cartas marcadas. Es decir, no enseñó nada. De su selección de antihéroes, pasó a una oferta de meritorios. Su alergia al estrellato culminó en un eclipse parcial. Hasta sentó a Van Nistelrroy y Van Persie al filo de una hora. Se conformó con controlar y firmar unas tablas honrosas.

A la fiesta fin de curso de las buenas maneras no faltó Maradona, rehabilitado en personaje respetable. El 'pibe de oro', ataviado con su camiseta número 10, saludó en el palco de honor al príncipe heredero Guillermo de Holanda y a su esposa, la argentina Máxima. Genio y figura, Cruyff guardó siempre la compostura. Todos felicitaron a otro 'diez' legendario, un tal Platini que ayer cumplía 51 años. 0 0