MAR ADENTRO

Aquí sí hay playas, vaya, vaya

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Visto lo visto, le va a ser difícil al PSOE arrebatarle la alcaldía de Cádiz al Partido Popular o a Teófila Martínez, que uno nunca sabe. Vamos, que la gesta socialista de reconquistar el palacio de San Juan de Dios no va a ser una playa, con perdón. La estricta aplicación de la ley por parte de un funcionario ha llenado de arena los ojos de la oposición municipal y ha sido aprovechada por los conservadores. Y si es que así se las ponían a Fernando VII, ¿quién desprecia ese botín populista en estos tiempos pre-electorales en los que valen hasta patadas en las espinillas? Con las cosas de nadar, no se juega. Y a los socialistas, se les están volviendo en contra los asuntos playeros, que son tan fundamentales para el gadita medio como el béisbol para los estadounidenses y para los cubanos. Primero, la propuesta de playa para la Alameda de Apodaca no sólo arrastra ciertos peros ecológicos sino que, a la postre, podría ser denunciada por el Club Caleta como competencia desleal. Y, luego, el decreto nada accidental del accidental delegado de la Demarcación de Costas que ha preferido convertirse en el Eliot Ness de las barbacoas en vez de centrarse en ese curiosísimo bosque de grúas que viene creciendo vertiginosa e inesperadamente desde San Roque hasta Sanlúcar, pasando por La Línea, Zahara de los Atunes, El Puerto de Santa María y otras conocidas fábricas de cemento. Cuando al Pepé le dio por iluminar La Victoria muchos pensamos, con alarma, que dicho alumbrado iba a impedir una de las actividades seculares de la nocturnidad gaditana, las maniobras sexuales en la oscuridad que, ante tanta luz y taquígrafos, se han tenido que refugiar lógicamente en otros lugares propicios al amor, que diría Angel González, como los buques de la Armada -y nunca mejor dicho-, amarrados en plan sadomaso a nuestra potentísima base de Rota. Ahora, Costas quiere de nuevo atenuar las luminarias y, aunque ha regulado en materia de barbacoas y chiringuitos, sigue con las antenas puestas en cuanto a actividades comerciales y lucrativas que puedan desarrollarse sobre esa arena tan parecida a aquella en la que escribimos tu nombre María Isabel, la que recibió la lágrima de Peret y en donde quería ser enterrado el mediterráneo Serrat. Así que servidor no sabe si ahora corren peligro los hidropedales o el alquiler de hamacas, porque el cine veraniego no pasa por taquilla. ¿Y los torneos promocionales de voley-playa, las giras radiofónicas o un concierto de rock? ¿Y esos jipis que hacen espectaculares castillos de arena con la insólita pretensión de que les de una propina ese Cádiz eternamente a dos velas? ¿Tendrán que retranquearse a la otra acera los vendedores ambulantes de artesanía, pulseras y similares?

Resulta encomiable que el PSOE quiera quitarnos del tabaco y de las guerras, al mismo tiempo. Pero aquí sí hay playas y para los gaditanos suponen algo así como el patio de recreo de una ciudad sin demasiado territorio útil para el esparcimiento. Una cosa es intentar convencer a la ciudadanía que resulta conveniente cederle el tresillo viejo a Remar en vez de abandonarlo en Las Tres Marías. Y otra, muy distinta, es que haya que pedir licencia de obras para jugar con el rastrillo y los cubos de plasti. Sería, digo yo, algo así como exigirle que se federaran a los pescadores del Puente Carranza. Pero, mejor, me callo y dejo de dar ideas. Cualquier delegado de lo que sea puede hacerme caso y terminar fastidiándole la campaña a mi compadre Rafael Román; nada más lejos de mi intención, por otra parte y dicho sea de paso.