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Carmen Martínez Bordiu, nietísima de Franco al fin y al cabo, ha conseguido, sin proponérselo, resucitar el mito de las dos Españas: la que cree que su boda es por amor, y la que está convencida de que es sólo por dinero. Existe una retorcida teoría según la cual, Carmen po-dría haberse planteado su enlace con la frialdad con que uno se organiza un plan de pensiones. Que entre la exclusiva de los preparativos de la boda, la de la boda en sí, la de la fiesta posterior, la de la luna de miel y la de la triste pero inevitable ruptura, la hija del marqués de Villaverde se estaría asegurando una jugosa jubilación, que la mayoría sólo obtiene tras pasarse una vida entera fichando en la misma empresa.

Sin embargo, quienes la conocimos justo después de romper con Federici y antes de que descubriera a José Campos, sospechamos que Carmen, que por entonces andaba mustia y desorientada, estaba realmente mucho más necesitada de amor que de liquidez y que en el campechano cántabro ha encontrado sobre todo una estupenda inversión en afecto.

Otra cosa es lo que le dure la rentabilidad. Y es que la Bolsa del corazón es todavía más inestable y sensible a los cracks que la financiera. Carmen, a sus cincuenta y tantos, debería saberlo. Pero pedirle prudencia a una mujer que asegura haberse enamorado como nunca, y sentirse «como una jovencita de 18 años» a las puertas de su boda, es pinchar en hueso.

«Nos hemos comprado un yate y lo hemos bautizado TQ, que significa te quiero», proclama Carmen triunfante. Y es que las iniciales y los inicios son siempre lo mejor. Lo malo es lo que viene después. Ojalá lo suyo dure siempre. Pero, si no, como hoy todo es reciclable, basta con que al nombre del barco le añadan una 'n'. TQN: todo quedó en nada Y tan contentos.