ORACIÓN. El Papa reza ante la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa. / EFE
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El Papa previene en Polonia contra el relativismo y la ruptura de la tradición

En una jornada marcada por el recuerdo de Juan Pablo II, Ratzinger ofició misa en Varsovia en la plaza del histórico sermón de Wojtila en 1979 Pese al chaparrón, la gente abarrotó la calle desde las cuatro de la madrugada

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La sombra de Juan Pablo II se sintió ayer más que nunca en el viaje de Benedicto XVI a Polonia con una jornada que arrancó, transcurrió y terminó en los tres lugares de Polonia que más se asocian a la figura de Wojtyla, ya casi en un plano legendario: la plaza Pilsudski de Varsovia, el monasterio de Czestochowa y la ciudad de Cracovia. Con la visita de hoy a Wadowice, el pueblo natal de Juan Pablo II, Polonia puede dar por cerrada simbólicamente la sustitución de su pontífice. La plaza Pilsudski es, en esencia, el punto preciso en el que el Papa polaco dio el 2 de junio de 1979, durante la primera visita a su patria, el primer aldabonazo al régimen soviético y abrió el lento camino hacia la libertad.

«Que descienda tu espíritu y renueve el rostro de la tierra... ¿De esta tierra!», clamó ante una muchedumbre entregada, que sintió cómo temblaban desde ese momento los cimientos del comunismo.

La Virgen Negra

En el mismo lugar y bajo una lluvia incesante, Ratzinger evocó ayer a su predecesor como uno de los artífices de esa libertad que ahora disfruta Polonia, o intenta disfrutar en medio de una crisis económica. Pero lo hizo para prevenir a los católicos de los riesgos del relativismo y de la ruptura con la tradición. En su opinión, hay «personas o ambientes que quieren falsificar la palabra de Cristo y quitar del Evangelio las verdades que, según ellos, son demasiado incómodas para el hombre moderno».

Pese al chaparrón, desde las cuatro de la mañana comenzaron a congregarse fieles en la plaza. Frente a la cruz de 25 metros que presidía la explanada se reunieron entre 270.000 personas, según la Policía, y 700.000, según la organización. En principio, menos de los que se esperaba. El recuerdo de aquel día de 1979 era evidente y el Papa comenzó con las mismas palabras que empleó entonces su predecesor: «Quiero elevar un canto de gratitud a la Providencia que me permite estar aquí como peregrino». Ratzinger también recordó la figura del entonces primado de Polonia, cardenal Wyszynski, a quien Wojtyla escribió una carta nada más ser elegido en 1978, para afirmar que nunca habría sido Papa sin su ejemplo de sacrificio ante el régimen comunista y sin la Virgen de Czestochowa.

Precisamente, ésa fue por la tarde su siguiente destino, donde se halla el símbolo supremo de la fe en este país, la famosa imagen de la Virgen Negra, a quien Juan Pablo II consagró su pontificado. Benedicto XVI también encontró allí una multitud de unas 200.000 personas, y mejor tiempo, con un atardecer soleado. Ratzinger, de rodillas en el santuario, contempló casi anonadado cómo le descubrían la imagen de la Virgen con suspense y solemnidad escénicos, elevando lentamente la protección del icono a modo de telón a medida que se elevaba la música.

Por último, Ratzinger llegó al anochecer a Cracovia, la ciudad de Wojtyla, para cumplir él esta vez uno de sus rituales más queridos: asomarse al balcón del palacio episcopal a saludar a los jóvenes congregados en la plaza.