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Cuando nació, y de eso hace 25 años, sus padres la bautizaron con el nombre de la capital francesa. Quizá no se percataron de que ese nombre, París, unido a un apellido, Hilton, que inevitablemente suena a hotel -a uno de la poderosa cadena hotelera erigida por su abuelo- no parece reflejar las señas de identidad de una mujer, sino más bien una dirección para una cita clandestina entre dos amantes o dos espías escrita en un papelito: París, Hilton. Y luego, una fecha. Paris Hilton, dirección equivocada

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La dirección del hotel Hilton más famoso de París está clara. Se encuentra al lado de la Torre Eiffel. La de la descarriada Paris Hilton, no tanto. Aunque a ella se la puede encontrar casi siempre a la vera de un macizo, en cualquier garito de moda por el que corra a raudales el desmadre y el alcohol.

No hay semana, ni prácticamente día, en que esta rica heredera no sea noticia por algo. Cuando no está a punto de casarse y pidiéndole permiso para ello a Carlos de Inglaterra, está estrellándose con un carísimo coche -por suerte, sin consecuencias-, concursando en un reality o haciendo striptease por internet.

Ayer fue noticia porque acababa de romper con su novio, el también heredero Stavros Niarchos. Y hoy lo es porque se la relaciona con el jugador de fútbol americano Matt Leinart. Dicen que al primero le ha dejado porque le pidió que pasara todo el verano a bordo del yate. Y a Paris le entró un enorme bostezo al imaginarse a sí misma pasando tanto tiempo en la inopia y rodea de «niñatos». Del segundo podría haberse enamorado en sólo una noche, en Las Vegas, durante una fiesta en la que ella se subió a una mesa y empezó a cantar algunas canciones del disco que está a punto de lanzar.

Y es que Paris, que en las fotos posa con cara de rubia tonta, es, además de impenitente juerguista, una máquina de hacer dinero. Ha trabajado, por decir algo, como modelo y actriz. Ha escrito, por llamarlo de algún modo, un libro autobiográfico titulado Confesiones de una heredera.

Lo mismo se erige en imagen de una popular firma de ropa que te anuncia una hamburguesa con la picardía con que se anuncia un teléfono erótico.

Además, tiene un perfume a su nombre, un proyecto de macro-cadena de salas de fiestas y su último capricho es triunfar como cantante. Podrán criticar su amoralidad, censurar su descarado exhibicionismo -es aficionada a mostrar el pecho ante las cámaras sin que nadie se lo pida-, pero nunca podrán negarle su tremenda iniciativa.

No es la nuera que toda madre típicamente americana desearía tener, pero se metió en el bolsillo a gran parte de sus compatriotas con un reality tipo La granja en el que demostró que las niñas ricas también tienen manos para ordeñar vacas; y más tarde el coraje suficiente para realizar un coast to coast sin llevar apenas dinero encima.

La habilidad mediática de Paris tiene ya más fuerza en Estados Unidos que el imperio hotelero que levantó su abuelo. Gracias a su fama, su madre ha logrado hacerse un hueco en televisión y ahora presenta su propio programa en la NBC, enseñando modales a catorce concursantes bajo el título de I want to be a Hilton. Que la señora que malcrió a Paris enseñe modales en televisión deja claro que a la sociedad estadounidense ya le da lo mismo ocho que ochenta.

Pero llegará un momento en que Paris, la chica que perdió su Bentley apostándolo en un casino propiedad de su familia, cambie. Porque si la mala vida no acaba con ella, si antes, como dice la canción, no arde Paris, un día veremos a esta volcánica mujer ponerse al frente del negocio familiar, con más de dos mil hoteles por banda. Y ese día, que tiemble la competencia.