OBSERVADOR. Luis Goytisolo, en su casa de Madrid. / J. R. LADRA
LUIS GOYTISOLO ESCRITOR

«Con mis novelas pretendo que el lector se interprete a sí mismo»

El autor, que publica 'Oído atento a los pájaros', critica que el folletín sea considerado literatura

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Desde su casa, situada en uno de los rascacielos que dominan la línea del horizonte de Madrid, Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) contempla a diario a un halcón peregrino en su ejercicio de caza. Una imagen que aparece en su última novela, Oído atento a los pájaros, una nueva indagación en la memoria, a cargo de varios personajes que desde la altura del tiempo transcurrido reinterpretan el pasado. «En cierto modo, el escritor está en la atalaya», explica el pequeño de los Goytisolo. De la recreación del pasado, las preocupaciones del ser humano de hoy y el estado de la literatura habla el escritor y académico en esta entrevista.

-Un personaje de su novela asegura que los humanos interpretamos un papel dentro de un argumento inventado. ¿Cuál es el suyo?

-Yo me sitúo fuera, claro. A veces se confunde el narrador con el autor. A mí me ha pasado porque al narrador le suceden cosas que yo he vivido. Pero no es lo mismo. En algunas novelas he ido metiendo elementos autobiográficos, pero en ese caso lo dejo bien claro. Es cierto que aquí la historia del pintor, el protagonista de la novela, es similar a la mía y la de mis hermanos en un aspecto: la muerte de mi madre. Creo que con ello, al utilizar ese hecho, trataba de huir del victimismo. Pero en definitiva es verdad que busco situaciones parecidas a las que conozco.

-Ese pintor escribe para que puedan reinterpretarse sus cuadros a la luz de sus palabras. ¿Qué hace un escritor para que le interpreten mejor?

-Un escritor está revelándose siempre, y el lector puede colegir cómo es. Pero lo que yo pretendo con mis novelas es que el lector se interprete a sí mismo, más que al autor.

-Habla usted sobre el conocimiento como aspiración vital del hombre, dice que hoy se piensa que se obtiene pulsando una tecla de ordenador. ¿Para qué sirve, entonces?

-Tal y como están las cosas, no sirve oficialmente para nada. Es cierto que hoy no tenemos filósofos con la notoriedad de los que teníamos hace medio siglo. Pero no creo que la filosofía esté acabada, ni la creación literaria. Lo que ocurre es que ahora su territorio es diferente. Muchas de las cosas que planteó Aristóteles ya están resueltas. Sin embargo, hay muchas otras por descubrir. Los científicos suelen decir que apenas si se conoce el 2% de lo que hay en el universo. Ahí está el territorio de los filósofos: en la especulación.

-¿Están cambiando entonces los grandes asuntos que atañen desde siempre el ser humano?

-En el fondo, no. Lo que pasa es que desaparece la conciencia de esos problemas. Es como si se convirtieran en problemas virtuales. Ocurre con los niños, por ejemplo. Hoy están más protegidos que antes. Pero esa sobreprotección puede convertirlos en más irresponsables de cara al futuro. Los grandes temas que han preocupado siempre al hombre, como usted decía, están ahí, pero son ajenos a la preocupación de gran parte de la población. Por eso le decía antes que la filosofía necesita resituarse.

Reinterpretar el pasado

-¿Y el arte?

-El arte tiene que emocionar, pero no lo hacen todas las artes con la misma intensidad. A mí me parece que la música es lo que más emociona, seguida de cerca por la literatura. Y no hablo sólo de la poesía, que es lo que suele entender la gente como más emocionante. Hay muchas páginas de novela que tienen una gran intensidad. La pintura, que a mí me gusta mucho, está por detrás.

-Una de esas emociones que suscita la literatura está en el recuerdo. ¿Lo sucedido se reinterpreta siempre desde el presente?

-Las cosas terminan siendo, en efecto, bastante distintas a como sucedieron. El pintor de mi novela termina por cambiar su imagen, adaptándola a algo que le gusta más. Verdaderamente, la historia se está reinterpretando siempre.

-Gracias, entre otros, a la novela...

-Claro. El valor testimonial de la novela es indiscutible. Veamos El Quijote: da una imagen excelente de la España de finales del XVI y principios del XVII. Y lo mismo pasa con Dickens y la Inglaterra del XIX. Otra cosa es el caso del novelista que trata de contarlo todo, de aportar datos que no son necesarios para la narración. Eso fatiga mucho.

-¿Qué quiere contar usted?

-Procuro que el lector de mis novelas se sienta de alguna forma afectado por ellas, que se implique en relación a sí mismo o a su visión del mundo. Hay gente que me ha dicho que Antagonía ha cambiado su vida.

-¿Qué ha cambiado respecto de Las afueras, hace casi cincuenta años?

-Yo creo que ha cambiado sobre todo la madurez del autor. Las afueras era casi una novela de adolescencia, que incluía una forma mucho más simple de ver el mundo. Era una obra menor, aunque la intención final fuera la misma que en trabajos posteriores. Conseguí mi propia voz en Antagonía, una obra que me dejó exhausto durante años. Luego, a partir de Estatua con palomas, empecé a vislumbrar otra fórmula, que cuajó en Diario de 360º.

Autor de culto

-Una fórmula que ha hecho que la crítica le considere autor de culto...

-No sé si se me puede llamar así. Tengo unos lectores, en un número que cambia muchísimo de unas obras a otras sin que sepa muy bien por qué. Lo que sí sé es que me interesa que un lector diga que un libro le ha cambiado la vida, como le comentaba antes. Con Placer licuante vendí mucho, pero no es el tipo de novela que me interesa. Algunos dicen que mis novelas son experimentales, pero yo nunca he tratado de experimentar nada. Lo que es cierto es que no me planteo el éxito. He preferido ganarme la vida trabajando en otras cosas.

-Desde ese punto de vista es lógico que critique las novelas que parecen guiones cinematográficos.

-Conozco escritores, como Ayala, a quienes le gusta mucho el cine. Y hay otros a quienes no he conocido, como Azorín, que también eran muy aficionados. Pero en ellos no se da ese cruce de géneros. Para mí, la sugestión de una novela debe ser puramente verbal. Por eso, los paisajes deben ser antes paisajes interiores que descripciones físicas concretas. Miralrío, el pueblo donde transcurre parte de la acción de la novela, apenas es descrito. Y lo mismo sucede con la apariencia de los personajes. Gutiérrez Aragón me dijo una vez que mis novelas son muy difíciles de llevar al cine porque apenas hay descripciones de ambientes.

-Un principio comercial básico es que el cliente siempre tiene la razón. ¿La tiene también el lector?

-No. El lector no siempre tiene la razón. Alguien dijo una vez que si se hicieran listas de los vinos más vendidos, don simón estaría a la cabeza... Pues eso sucede con los libros. Además, yo no creo en el lector, sino en los lectores. Y a mí no me interesan algunos lectores, de la misma forma que no me interesan ciertas ciudades o ciertos países. Me interesan los lectores a quienes les preocupan las mismas cosas que a mí. No hay un lector en abstracto.

-¿Qué sucede hoy con la literatura?

-Que está siendo sometida a grandes cambios. Se está elevando a esa categoría lo que sólo es subliteratura. El folletín ha existido desde hace mucho tiempo pero se sabía que era algo diferente de la literatura. Ahora, por el contrario, es elevado hasta ese rango, que no le corresponde.

-¿La buena literatura ha sido siempre cosa de minorías?

-No se puede comparar, porque se trata de épocas distintas. Cuando la gente ilustrada era poca, solía coincidir en sus gustos. Luego, cuando se extendió la alfabetización, todavía hubo una época dorada de lectores cultivados, que fue la de los años veinte. Lo que ha sucedido más tarde es que el Estado se ha ocupado del bienestar, de cubrir algunas necesidades básicas de los ciudadanos, pero no del bien conocer. No se ha preocupado por extender el conocimiento y de ahí la creciente ignorancia y el cada vez mayor neoanalfabetismo.

-¿Habla de España o del mundo?

-Creo que está sucediendo en todas partes. Hay países que parecen mantener una cierta tradición, pero allí también se habla de crisis. Y Bloom acusa a la Universidad de EE UU, que tanto prestigio ha tenido, de haberse hundido.