Cultura

La lección de los bárbaros

El Museo Thyssen acoge 280 piezas de las vanguardias rusas, la mayor retrospectiva jamás exhibida en España

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Una energía creativa sin precedentes y un afán de cambio social, cultural e ideológico convirtieron a la Rusia del primer tercio del pasado siglo en un país que lo que deseaba no era entender el mundo sino transformarlo. Esa agitación, ese motín nacional, ese sueño colectivo trajo consigo una serie de manifestación artísticas que resultaron «más toscas y más rudimentarias que las parisinas, pero con una fuerza vital como nunca antes se había visto», explicó Tomás Llorens, comisario de la exposición Vanguardias rusas, una muestra que reúne 280 piezas -entre pinturas, esculturas, fotografías, carteles y artes aplicadas- distribuidas en dos espacios: el Museo Thyssen-Bornemisza y la Casa de las Alhajas (Fundación Caja Madrid). «Las vanguardias son hijas del desarraigo, y esa situación dio como fruto un torbellino de manifestaciones plásticas del que esta muestra es un resumen», afirmó Llorens.

La exposición, que se sitúa en un arco cronológico que abarca desde 1907 hasta 1935, arranca en el Museo Thyssen con las primeras propuestas rupturistas de Kandinsky, Jawlensky o Lariónov. El primitivismo, el ingenuismo, la búsqueda de las tradiciones populares serán los objetivos de estos artistas. Una vieja búsqueda -la del paraíso perdido- con un lenguaje pictórico totalmente rompedor.

A partir de 1912, y hasta 1917, confluyen varios movimientos, entre ellos el cubofuturismo -síntesis de elementos tomados del cubismo, el futurismo y el expresionismo- y el rayonismo, que intenta expresar con un lenguaje elemental la dispersión de los rayos lumínicos. «Con las vanguardias rusas se ha cometido la injusticia de querer entenderlas como una serie de tendencias donde cada una es consecuencia de la anterior», dijo Llorens. «Esta simplificación es errónea; fue un arte complejo donde convivieron varios movimientos a la vez, y cada uno de ellos expresaba las propias disputas y divergencias que vivía la sociedad». Artistas como Tatlín, Baranov-Rossiné, Puni, Gabo o Rozánova son representativos de este periodo.

Individualidades

Como respuesta a estas tendencias aparecen tres potentes individualidades: el arte metafórico de Chagall, el filosófico de Kandinsky y el poético de Filónov. Todos ellos quedan bien representados en el Thyssen .

La última sala esta dedicada al modelo orgánico, un movimiento «sin límites precisos que, entre los años 1914 y 1930 propugnó una vuelta a los mensajes de la naturaleza en detrimento de los impulsados por las conquistas tecnológicas», dijo Llorens. Matiushin y sus discípulos Boris, Maria y Ksenia Ender son sus nombres propios.

En la Casa de las Alhajas han quedado instaladas cerca de 230 piezas. En este segundo espacio expositivo se visualiza la «tensa dialéctica» surgida entre las vanguardia artísticas y el cambio político-social como consecuencia de la Revolución rusa de 1917. «Es un periodo en que se radicalizan las posturas y en que los artistas expresan, a veces de forma violenta, su anhelo de crear un mundo nuevo».

En estos años aparecen el suprematismo y el constructivismo. El primero tiene un líder, Malévich. Por su parte, el constructivismo «daba definitivamente la espalda al objeto y propugnaba la reducción de la forma a cero».

En el centro de rotonda principal de la Casa de las Alhajas se puede admirar una reconstrucción virtual del célebre Monumento a la III Internacional, un proyecto de Vladimir Tatlin en homenaje a la Revolución que nunca se llegó a realizar.

La exposición, que estará abierta hasta el 14 de mayo, se completa con un catálogo de 380 páginas que incluye artículos de los máximos especialistas.