Hoja ROja

Fuera de lugar

«¿Dónde están los límites?, ha sido una de las preguntas que más se han repetido en esta semana de Carnaval»

Yolanda Vallejo

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Ya sabe usted cuánto me gusta una estadística, tanto que soy capaz de pasarme horas y horas leyendo los informes que interpretan –siempre de manera intencionada– los datos que arrojan esas, en principio, inocentes encuestas anónimas, a las que también ha llegado, y de qué manera, la autocensura. El último informe del Instituto Nacional de Estadística sobre características esenciales de la población desvela que el principal problema que tienen los vecinos de Cádiz en relación a la vivienda es el ruido exterior y las molestias relacionadas con actividades turísticas y hostelería. Pues será, no voy a ser yo la que ponga peros al INE, y mucho menos cuando casi la mitad de los vecinos y vecinas así lo señalan. Pero la verdad es que cuesta creer que, en una ciudad como la nuestra -y no hace falta hacer sangre ni hurgar en lo infectado-, la gran preocupación en relación con la vivienda sea el ruido que ocasionan los bares y los turistas. Aunque, si le digo la verdad, tampoco me extraña mucho, teniendo en cuenta que los caminos de la censura son inescrutables y que el reino de lo woke no es de este mundo, pero se ha instalado tan cómodamente entre nosotros que a ver quién es el guapo que se atreve a decir lo que piensa, sin filtros.

Porque lo de reescribir la obra de Roald Dahl para que todo nos parezca bonito no es un hecho aislado. Aquí, sin ir más lejos, esta noche se quemará la bruja Piti, guapa por obra y gracia de los pliegos municipales que establecían que no debía tener 'apariencia de mujer avenjentada y fea, con nariz verrugosa' –lo entrecomillo porque si no lo hago, parece que es cosa mía–, imagino que para no ofender a las mujeres avejentadas y feas, a las de nariz verrugosa y, sobre todo, para no ofender a las brujas, claro está, que pueden sentirse molestas y a saber la que forman luego. El caso de la revisión editorial de Roald Dahl puede parecer esperpéntico, que lo es, pero no es algo anecdótico. Que Matilda cambie a Joseph Conrad y Rudyar Kipling por Jane Austen y John Steinbeck no tiene tanta importancia como que, en nombre de lo políticamente correcto, se censure la obra de un autor, porque ya sabe lo que dijo Heinrich Heine -lo mismo citar a Heine está mal visto y yo no me he enterado-, 'donde se queman libros se termina quemando también personas'. Porque, al fin y al cabo, purgar una obra literaria es como quemarla. Y lo peor es que la purga de las obras de Dahl no se ha hecho solo bajo el criterio de lo que puede o no ofender a según qué sensibilidades, sino que responde a un perverso plan comercial, como casi todo en esta vida, para que el gigante Netflix pueda seguir creciendo a costa de nuestras pamplinas inclusivas, ya que no puede hacerlo a costa de nuestras suscripciones compartidas por la cara. La gente ya no es gorda, sino enorme -que no sé yo si prefiero que me llamen gorda a enorme-, la gente ya no es fea, sino bestial, y por supuesto, ya no existen ni blancos ni negros, algo que tuvimos que reaprender con 'Los Bridgerton'. Por ahí se empieza, así que no se extrañe si después vienen a por 'La Regenta' o por 'Ana Karenina', si mutilan 'La Celestina', o si 'El Quijote' resulta que no es un buen ejemplo para la salud mental, quitemos los suicidios, las violaciones -adiós, Fuenteovejuna-, los asesinatos, los amores heterosexuales, los cuentos de Andersen -¿dónde hay que firmar?- y todo Pérez Galdós.

¿Dónde están los límites?, ha sido una de las preguntas que más se han repetido en esta semana de Carnaval. ¿Qué es humor y qué no lo es? ¿De qué puedo reírme y de qué no? ¿Quién dice qué es lo que vale y qué es lo que está fuera de lugar? ¿Por qué las letras de las coplas tienen que contentar al mayor número de personas y animales? ¿Cuándo se jodió el Carnaval? –ojo, que he hecho una paráfrasis de Vargas Llosa, no vaya usted a pensar otra cosa– ¿Nos rendimos ya, o esperamos un poco más?

Hemos asumido que en el concurso oficial de agrupaciones hay determinados temas y determinadas palabras que ya no se pueden usar. Bien sea por el propio interés comercial de las agrupaciones –que me parece muy legítimo– o por no meterse en charcos, las agrupaciones han cedido su espacio a lo woke y han interiorizado que eso no se dice y punto. Ni una sola letra a la ley del sí es sí, ni al poder judicial, ni a los desmanes de los gobiernos varios que nos rodean; mucha letra, eso sí, a un monarca que hace tres años que ya no está por aquí y a la muerte de Isabel II, que como todo el mundo sabe, nos pillaba lejos . Pero la calle era otra cosa. Hasta ahora. 'Los muertos del fútbol' ya lo saben, porque el humor correcto debe respetar las coordenadas del espacio y del tiempo, ni muertos recientes, ni muertos cercanos, y que conste que a mí el humor negro no me hace gracia, ni con muertos, ni sin muertos. Y también lo sabe la chirigota del Airon, que incluso ha recibido amenazas por parte de algún empresario que se ha sentido identificado –perdón, insultado– por las letras de la agrupación, y ese 'credo de los hosteleros' que ya canta todo el mundo. Qué de tonterías pa salir en el carnaval, que decía El Libi.

Se nos está quedando una sociedad linda con tanta tontería, la verdad. Tal vez el año que viene, los autores decidan dejar su inspiración en manos del ChatGPT, que lo mismo el humor de la inteligencia artificial es más inteligente que el que tenemos ahora. Y, seguro, que mucho más correcto y menos fuera de lugar.

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