Hoja Roja

Gira el mundo, gira

Los clichés están para superarlos, porque yo conozco muchas brujas -y brujos- sin fealdad

Yolanda Vallejo

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Hay verdades que nos parecen inamovibles, por ejemplo, aquella canción de Jimmy Fontana que decía lo de que el mundo no se ha parado ni un momento y que a la noche siempre le sigue el día, y que el día llegará; ya lo cantara Los Mustang, Dyango, Sergio Dalma o Pimpinela, sabíamos, y creíamos, que el mundo gira en el espacio infinito. También sabíamos, y esta era otra de esas verdades casi dogmáticas –porque nadie había ido a comprobar si es cierto o no– que el núcleo interno de nuestro planeta es una bola caliente, muy caliente, y densa, muy densa, al que cuando éramos pequeños llamábamos Nife, porque según decían, está formado por hierro y níquel y funciona como un imán que justifica la teoría de la gravedad y todas esas cosas.

Esta semana Yi Yang y Xiadong Song, que no son dos personajes de «El Juego del Calamar», sino dos investigadores del Instituto de Geofísica Teórica y Aplicada de la Universidad de Pekín –si hubiera sido la universidad Grijandemor habría tenido hasta más credibilidad– publicaban en «Nature Geoscience» un estudio en el que ponían de manifiesto que el núcleo de la Tierra se había parado y que, incluso, podría comenzar a rotar en sentido contrario. Lo que nos faltaba, dirá usted. Y dirá bien, porque está el mundo como para que se pare y nos bajemos todos.

Menos mal que la sangre nunca llega al río, y mucho menos al centro de la tierra a donde solo han viajado el profesor Lidenbrock y su sobrino Axel, que son de mentira y se los inventó Julio Verne, claro. Y al final, resulta que los excesos alarmistas de los investigadores chinos se han quedado en nada; ni el núcleo de la Tierra se ha parado, ni vamos a empezar a movernos en sentido contrario, por mucho que a usted y a mí nos parezca que vamos para atrás, y a una velocidad de vértigo. «De momento, no estamos en apuros, ni la Tierra ha cambiado de sentido» dice el geólogo Nahúm Méndez, «lo que hay es pequeñas variaciones de las velocidades», apunta Maurizio Mattesini, catedrático de física de la Tierra. Total, que la tierra se mueve, y nos empuja, que ya lo cantaba Gloria Stephan y, de momento, va a seguir girando. Ya se lo dije al principio, hay verdades que nos parecen inamovibles.

Los tópicos, los estereotipos, sin embargo, sí que están para romperlos. Si no fuese así, por mucho que la Tierra se mueva, nosotros seguiríamos en la caverna. Aunque muchas veces me da la sensación de que no hemos salido de ella todavía. En fin. Que si hay algo de lo que me alegro es del celo de nuestro Ayuntamiento por desterrar, de una vez por todas, los estereotipos que han pesado, y pesan, sobre nuestra sociedad. Desaparecieron, por poner un ejemplo, las ninfas y la diosa –y nadie las ha echado de menos–, al mismo tiempo que aparecieron las voces femeninas en el concurso de coplas, algo que no solo era una cuestión de justicia, sino de tiempo, que es el árbitro más implacable de todos. Porque el tiempo lo termina poniendo todo en su sitio, hasta las cosas más insospechadas.

Así que este año, la bruja Piti –un personaje que, si no me falla mi hemeroteca tuvo su mejor época en las rancias Fiestas Típicas Gaditanas– viene dispuesta a romper los moldes de la brujería, tanto de la carnavalesca como la de los cuentos tradicionales. Nada de malvadas hechiceras, seres repulsivos, madrastras vengativas o embrujadas como la de Tino Casal, que son los básicos de bruja en la literatura universal y los que todos identificamos, igual que sabemos quién es el asesino en las películas, por su cara de malo. Somos así, y así lo entiende el lenguaje simbólico que se construye a partir de convencionalismos, como los semáforos en rojo, o como los emoticonos –que, por cierto, necesitan una revisión, ya puestos– o como las señales de tráfico. Puro convencionalismo que aceptamos, entre otras cosas, para facilitar la comunicación. El caso es que la bruja, en su representación tradicional se representa como «una mujer avejentada y fea, con nariz verrugosa, uñas largas, un gorro de cucurucho y una escoba voladora», y lo he entrecomillado porque así lo dice Fernando Soto en su blog «CADIZ.3000 historias no contadas» y porque, con las mismas palabras –vivan las fuentes documentales– lo recoge el pliego de condiciones que debe cumplir la empresa que quiera construir las figuras del Dios Momo y la Bruja Piti que se quemarán –como es tradicional– en este Carnaval. El texto del pliego exige una representación «de forma original y no con apariencia de mujer avejentada y fea, con nariz verrugosa», que acabe con el estereotipo.

Ya lo dije antes, me parece muy bien, porque los clichés están para superarlos, y porque yo conozco muchas brujas –y brujos– sin fealdad. Por eso estoy pensando en aportar ideas que contribuyan a los de eliminar los estereotipos. ¿Por qué tiene que ser un ratón el que se lleve los dientes de leche de los niños y las niñas? ¿Por qué los padres que llevan a sus hijos –y a sus hijas– a la escuela concertada son lo peor? ¿Por qué si llevas chaleco eres un facha? ¿Por qué si compras en Mercadona eres un capitalista asqueroso? ¿Por qué si eres de una cofradía eres un ignorante y si eres ateo eres muy guay?

No sé, hay tanto que cambiar y, sobre todo, hay tantos estereotipos que se siguen manteniendo camuflados de pedagogía social que antes de mirar la paja en el ojo ajeno, convendría que nos revisáramos la vista.

El mundo no se ha parado ni un momento, pero a veces somos nosotros los que vamos en dirección contraria.

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