LA HOJA ROJA

Esperando el autobús

Somos, por lo que se ve, una ciudad cómoda. Con un transporte público de pena, pero cómoda. Y, sobre todo, una ciudad adelantada a su tiempo y a todos los tiempos.

Yolanda Vallejo

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Nunca fue fácil recargar el bonobús en Cádiz. Ni ahora, ni cuando se implantó el sistema de tarjetas recargables –en febrero de 2014- y la entonces alcaldesa anunciaba a bombo y platillo que habría «unos 50 puntos de venta identificados, con folletos informativos y datafonos para las recargas». Nunca fue fácil recargar el bonobús, eso lo sabe usted, lo sé yo y lo saben «los miles de usuarios habituales de los autobuses urbanos» que decía la concejala socialista Natalia Álvarez que, en 2021 se mostraba tan contundente como certera «recargar un bonobús en Cádiz se ha convertido en una misión imposible». Lo sigue siendo. Cada vez hay menos establecimientos que se presten a la recarga, y los que lo hacen, o tienen siempre el datafono averiado, o directamente, exigen el pago en efectivo. No los culpo, el beneficio escaso que obtienen con cada recarga no les merece la pena y, al final, acaba uno pagando el euro con diez antes de hacer una gymkhana buscando dónde echarle unos eurillos al bonobús. Eso es lo que decía Lola Cazalilla en el último Pleno, lo de la gymkhana, porque ella usa mucho el 1 y el 7 y sabe los problemas que acarrea ser usuaria del transporte público en esta ciudad, que durante muchos años sacaba pecho por la sostenibilidad, la vida saludable, los autobuses híbridos y todo aquello. Y eso que el 1 y 7, después de todo, son las líneas bonitas –al final acabo cantando aquello de «si lo haces un par de veces, pensarás que ni tan mal» que tanta gracia le hacía al anterior equipo de Gobierno- porque lo del 2 y el 3, qué quiere que le diga, es otro nivel. Son las líneas más lentas, con los autobuses más antiguos y con el servicio más desatendido de todos, cuando, en teoría, prestan servicio a las zonas más pobladas y menos favorecidas de la ciudad.

Y si difícil es recargar el bonobús, más difícil debe ser sacar adelante un pliego de transporte en esta ciudad. Lo digo por el tiempo que llevan dándole vueltas al asunto y por el tiempo que le dedicaron en el Pleno el pasado jueves. Aunque, para qué vamos a engañarnos, ni se estaba debatiendo el modelo de transporte público ni se estaban cuestionando las líneas de actuación. Porque los concejales de Adelante Izquierda Gaditana saben lo que dejaron cuando se fueron, los concejales del Partido Popular saben lo que votaron cuando se aprobó el inició el expediente y la propuesta para la contratación del servicio de transporte colectivo de viajeros, y los concejales del PSOE saben –y lo saben desde hace tiempo- que esto no se arregla en seis meses porque la mayoría de los autobuses urbanos tienen más de veinte años de antigüedad –salvo los seis híbridos seis que se presentaron por todo lo alto- y que la disposición actual de las líneas tiene como consecuencia «que continúen existiendo barrios de primera y de segunda». Nada nuevo bajo el sol del salón de Plenos.

Y eso que esta semana la compañía Deyde Datacentric –lástima que no acabe en tech o en hub- líder en la gestión de datos, publicaba un estudio revelador con una sólida conclusión: que en Cádiz se puede llegar andando a cualquier sitio. Bueno es saberlo o, mejor dicho, bueno es que nos lo diga Deyde Datacentric, porque cuando nos lo dijo la alcaldesa que teníamos en 2012 –«en Cádiz las distancias no son tan grandes»-todos nos echamos las manos a la cabeza y casi montamos en cólera. En fin, sería que entonces no éramos tan ecologistas, animalistas, inclusivos y saludables como ahora; y, sobre todo, no estábamos alineados con la agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. El caso es que el estudio nos incluye en el concepto de ciudades de «quince minutos» en el que también están Melbourne o Copenhague, -ciudades que no conozco pero que imagino mucho más sostenibles que la nuestra- y que se basa en la idea de que el ciudadano pueda tener acceso a todos los servicios necesarios a una distancia máxima de un cuarto de hora, ya sea andando o en bicicleta. Supermercados, gasolineras, bancos, ambulatorios –ahí da igual que esté a quince minutos porque te atienden a los quince días- colegios, zonas verdes, pabellones deportivos, teatros, y bares –que superan todos los percentiles- y alojamientos turísticos que de esos hay uno en cada esquina. Aquí todo está a mano, dice el informe, menos las zonas del espigón de la Caleta y Cortadura que para llegar se echa un poco más de tiempo. Lo demás, todo controlado. Vamos, que se llega antes andando que en transporte público, si nos atenemos al mapa interactivo de Deyde Datacentric y al tiempo que perdemos en las paradas, sin saber cuándo llega el autobús, porque lo de los códigos QR funciona cuando le parece.

En resumen, que somos, por lo que se ve, una ciudad cómoda. Con un transporte público de pena, pero cómoda. Y, sobre todo, una ciudad adelantada a su tiempo y a todos los tiempos. Ya ve, todavía no se han celebrado los Tosantos, y ya sabemos la fecha de inauguración del alumbrado de Navidad, esta semana tendremos ya el cartel del Carnaval -que no tendrá luces- y las cofradías ya anuncian cambios en el itinerario de Candelaria para la próxima Semana Santa.

Y a este paso, nos plantamos en verano esperando el autobús, que es lo único que no tiene prisa en esta ciudad.

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