El voto útil

España es un país de gente sensata y prudente, en exceso. Y, como todo abuso es malo

José Colón

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España es un país de gente sensata y prudente, en exceso. Y, como todo abuso es malo, la extralimitación de esos valores es lo que nos ha llevado a donde estamos.

Si España no estuviera poblada, mayoritariamente, por gente buena, ETA habría dejado de existir muchísimo antes de su «abandono de la lucha armada». Si las masacres de Zaragoza, Hipercor de Barcelona o Santa Pola hubieran sucedido en cualquier otro país de peor calaña, las arboledas que sombrean las carreteras de acceso a las Vascongadas hubieran amanecido adornadas con cadáveres de asesinos y cómplices balanceándose al escaso sol que ilumina aquella tierra.

Perdimos una oportunidad de oro cuando el pueblo estalló tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Si los españoles no hubiéramos doblegado, con fuerza sobrehumana, nuestros legítimos sentimientos de venganza y Justicia, habríamos acabado con todas las madrigueras de esa especie asesina y exterminado hasta la última de sus crías. Si así hubiera sucedido, hoy Txapote no tendría que plantearse su voto porque sus miserables restos estarían abonando alguna cuneta.

Otro tanto sucedió tras el 11-M. Permanecimos impasibles ante la manipulación, el embuste y la destrucción de pruebas. El gobierno acusaba el noqueo mientras asumimos, con una abnegación bíblica, que nos gobernara un payaso mendaz durante los ocho años siguientes al día en que debimos haber exigido algo más que explicaciones por la matanza de doscientos trabajadores que tuvieron la mala fortuna de coger un cercanías cuando las encuestas daban por ganador al PP.

Pero aplicamos el sentido común, el criterio y la moderación; y permitimos que la historia continuara reproduciéndose. Los animales seguían cebándose con los nuestros mientras mostrábamos manos blancas, ofrecíamos la de nuca, asistíamos a vigilias y ofrecíamos créditos de demócrata viejo. Las peticiones de pena de muerte, aplicación de ley marcial y demás afloraciones naturales y propias de cualquier persona de bien se mantenían en la intimidad familiar, bajo la amenaza y el miedo a ser tachado de «anti-democrático» o, ¡que horror!, fascista.

Y así, bajo ese complejo impuesto por la política gobernante -de uno y otro partido mayoritarios- hemos permanecidos inalterables, sensatos y 'correctos' mientras nos han robado, saqueado, vilipendiado, asediado, invadido, violado y masacrado por malnacidos de dentro y por escoria de fuera. Hasta el punto de que podríamos llegar a plantearnos si la parsimonia gubernativa no ha supuesto una auténtica complicidad en la destrucción de nuestra casa al tiempo en que nos mantenían cerrada la boca con cinta americana. Progresista, por supuesto.

Hoy, a menos de una semana de poder cambiar el rumbo de este país, me piden que piense en el destino de mi voto y en su utilidad. Y me lo solicitan quienes defraudaron a sus votantes cuando recuperaron el poder tras el desastre socialista y la ruina nacional provocada por Zapatero. Quienes no solo no derogaron ninguna de sus medidas políticas sino que las continuaron, cargándola sobre la clase media, destrozada por sus impuestos, tasas e imposiciones. Quienes permitieron la discriminación de españoles dentro de su patria por usar su propia lengua y quienes no tuvieron el arresto de controlar debidamente a los sediciosos cuando estos eran cuatro tarados cuyos rostros, mostrados en Europa, podrían haber pasado por enfermos depravados sexuales detenidos en cualquier redada contra la pornografía infantil.

Hoy, estos mantenedores del chiringuiteo institucional, de la elefantiasis administrativa, del cualquierismo político y de las poltronas me piden que piense en mi país y en la utilidad de mi voto.

Puedo asegurarles que mi voto será muy útil. Porque con él pretendo que mis hijas -que ayer cumplieron la mayoría de edad y depositarán la papeleta el próximo domingo sin miedo- vuelvan seguras a casa, borrachas o no; que tengan las mismas oportunidades que una tarraconense o una bilbaína; que puedan acceder a un empleo digno; que puedan tener y fundar una familia si lo desean; y que puedan sentirse orgullosas de vivir en un país poblado por gente buena, sensata y prudente, que sabe responder a la agresión y a la infamia y sabe proteger a los suyos con firmeza.

Sin temor a las etiquetas. Y con desprecio a los cobardes.

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