DELIRIUM TOPIC
#Rumanos
Me he acostumbrado a esas miradas cada vez que lo digo. «Sí, mi cuñada es rumana». También me he acostumbrado a la matización posterior. Porque cuando suelto la frase, y sobre todo la palabra, rumana, se abre camino en la cabeza de todos la misma imagen inconfesable: un diente de oro, empotrado en una dentadura renegrida, empotrada asimismo en el cuerpo de una gitana sucia que rebusca entre basuras. Y aunque yo no quiera, mi explicación tiene siempre la consistencia de una excusa.
Mi cuñada trabaja en París. Más precisamente, en una multinacional tecnológica que ofrece servicios avanzados relacionados con Google para numerosas compañías de Europa. No tiene más trato con la basura que bajarla cada noche al contenedor. Aun así, cuando viene a pasar las vacaciones a España, está indefectiblemente expuesta al estigma, si en algún momento se le ocurre señalar su procedencia.
Los rumanos que aquí conocemos no trabajan para Google. Viven en guetos, normalmente en la periferia de la periferia de las ciudades. Limpian parabrisas en los semáforos, y si nos cruzamos con ellos, la reacción inmediata es agarrar bien fuerte la cartera. En los grupos de whatsapp del colegio se habla de rumanos que llaman a casa y fingen ser pedigüeños para robar. «No conozco a un rumano decente», escuché el otro día, en el bar.
Pedrera, en estos días, ha sido un polvorín. Sólo han faltado las antorchas en la caza al rumano. Quisiera saber cuántos de los que se han levantado en armas han reivindicado en los últimos años medidas que favorecieran su integración efectiva en ese municipio.
Tengo que llamar a mi cuñada. Como trabaja para Google, seguro que sabe decirme qué términos están siendo tendencia en Andalucía. Uno de ellos, seguro, es mindfulness. El otro, racismo.
