LA TRIBU

Pormenor

Cuando alguien me habla de su infancia en una gran ciudad, siento lo mismo que cuando alguien me dice que se ha criado viendo y viviendo el mar

Vistas de Carmona ABC
Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Qué hermosos, para quienes hemos conocido el íntimo espacio de los mundos pequeños, aquellos versos de Miguel: «…Aquí la vida es pormenor…» Mi amigo, tan joven, había venido a lo que viene siempre, a dejar cariño, sonrisas, abrazo, memoria de su lugar. Inevitablemente, como ocurre siempre, hablamos de su pueblo, porque de su pueblo hay que hablar siempre que se quiera llenar de belleza una conversación. No recuerdo qué nos había llevado a hablar de ciudades, de avenidas inmensas, de altísimos bloques de pisos de vida tan concurrida de gente como carente de cercanía interior. Le salió del alma, cuando me dijo emocionado: «Mañana, cuando yo tenga hijos, no quiero que a su infancia les falte un pueblo, mi pueblo.»

Cuando alguien me habla de su infancia en una gran ciudad, siento lo mismo que cuando alguien me dice que se ha criado viendo y viviendo el mar. Inmediatamente, frente a la gran ciudad coloco el pueblo y del mar me voy al río. Mi amigo, tan joven, que conoce países lejanos, que ha viajado por Europa y por casi todas las ciudades españolas, me dijo algo que me hizo sentir lástima: «El otro día, un amigo nuestro que nació, se crió y vive en la ciudad, parecía un extranjero cuando nos oía a los otros amigos que estábamos hablando de nuestra infancia en el pueblo, y cuando dio sus razones, lo entendí. Dijo una frase rotunda, sentimental, como una carencia que tuviera en alguna parte de su alma: “A mi vida, a mi niñez, le falta un pueblo…”, y sentí pena cuando me lo dijo.» Le dije a mi amigo que una gran ciudad, o una ciudad medianamente importante, por muy bella que sea, por muchas riquezas que tenga, por muchos monumentos y mucha grandeza urbana, no tiene lo que tenían –supongo que en muchos pequeños lugares sigue ocurriendo lo mismo-, y que había experiencias que vivíamos en los pueblos que era casi imposible vivirlas en la zona céntrica de cualquier ciudad: cómo es el campo en cualquier estación, cómo se ordeña una cabra, cómo pare una vaca, cómo se hierra un caballo, como se aparean los insectos, cómo se enciende una candela, cómo hay que orientarse en una arboleda, cómo distinguir el zureo de una paloma, el ajeo de una perdiz o el canto del carbonero. Es muy importante abrir las puertas de una ciudad y empaparse de la cultura de los libros y de la piedra, y es una dura carencia no tener esa cultura, pero también es una carencia no haber jugado en una calle terriza, no haber tenido un río a la medida de tus juegos, no saber distinguir el balido de una oveja del de una cabra, un relincho de una berrea o una sirena del pito del tren. La vida pormenor, en fin.

antoniogbarbeito@gmail.con

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación