Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Por qué morir

Es la guerra más antigua de la Humanidad: la guerra entre el bien y el mal

Mohammed Alla, uno de los detenidos en relación con los atentados yihadistas cometidos el jueves pasado EFE

JAVIER RUBIO

Llegados a este punto, sería bueno que estudiáramos a fondo por qué matan los terroristas islamistas, qué les pasa por la cabeza para decidir llevarse por delante el mayor número posible de víctimas sin mediar reivindicación ni exigencia algunas. Eso es lo que lo cambia todo. Porque el terrorista ni siquiera tiene que fabricarse un mundo imaginario, un anhelo por el que luchar, una justificación ideológica o religiosa que imponer a sangre y fuego a sus conciudadanos. Le basta con dar rienda suelta a su odio, con expresar el reconcome que lleva dentro escupiéndolo en el plato del país que les da de comer. Se acabó. Eso es todo. ¿Por qué mueren entonces esos jóvenes? Porque han muerto: en la explosión del chalé de Tarragona o tiroteados sin miramientos por la policía. Menores de edad, incluso, a los que nuestra legislación garantista sólo castiga con ocho años de internamiento no importa la fechoría.

Sí, estamos en guerra. Como tantos se encargan de repetirnos. Pero en guerra con el desconocimiento, en guerra con la falta de información para detener o revertir el proceso de adoctrinamiento que empieza en una mezquita cutre de al lado de casa y acaba con un disparo entre ceja y ceja. A eso es a lo que tenemos que declararle la guerra: al desconocimiento. ¿Por qué nos sentimos culpables si no sabemos qué se cuece en la puerta de al lado, si no somos capaces de entender lo que el imán salafista de turno está metiéndole en la cabeza a unos emigrantes de segunda generación sobre los que ha caído encima el tremendo choque cultural entre lo que hacen, lo que dicen y lo que piensan y sus convicciones, que resultan ser las de sus padres, las de sus abuelos, las de sus antepasados?

Esta es una guerra, claro que sí. Pero no como se piensa entre ellos y nosotros. Es la guerra más antigua de la Humanidad: la guerra entre el bien y el mal; entre el justo y el réprobo. No nos quepa duda ni un segundo de que ganaremos. No, por nada, sino porque el terrorismo es estéril y acaba consumiéndose sin encontrar nunca la salida. El del día de San Roque no es ni siquiera el atentado en tiempos de paz con más víctimas mortales en Barcelona. Antes, el terrorismo etarra segó la vida de 21 personas en Hipercor en 1987. Y antes de eso, el terrorismo anarquista se llevó por delante a veinte personas con una bomba en el patio de butacas del Liceo al inicio de la representación de Guillermo Tell el 7 de noviembre de 1893. No hay más que mirar en qué cubos de basura de la historia andan ambas ideologías para convencerse de que nunca llega a imponerse el odio.

Aunque nos cueste la propia vida. Por eso, porque ellos no saben por qué matan, nosotros —de este lado— debemos tener muy claro por qué, llegado el momento, estamos dispuestos a morir.

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