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La sociedad de hoy nos invita cada vez más a una vida egocéntrica en la que sólo demos cuenta ante nosotros mismos

Manuel Contreras

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Ha sido una de las anécdotas curiosas del verano. La joven de El Arahal que se ha casado consigo misma -en una ceremonia con traje blanco, banquete nupcial y sesenta invitados- ha tenido el momento de celebridad que Andy Warhol reivindicaba para todos los humanos. La noticia ha sido ampliamente difundida y ha dado pie a comentarios jocosos y bromas sobre tan singular enlace, pero nadie se ha escandalizado; se diría que el matrimonio de uno solo encaja con facilidad en el amplio muestrario de modelos de familia que actualmente ofrece la sociedad. De hecho, con la boda unilateral de Rosa, la joven en cuestión, nos hemos enterado de que el matrimonio con uno mismo se llama sologamia y es una tendencia con creciente aceptación en Estados Unidos. Es lo que tiene la aldea global de Chomsky: una cosa está de moda por la mañana en Cincinnati y por la tarde es tendencia en El Arahal.

La boda de Rosa es uno de esos detalles que cada cierto tiempo invitan a reflexionar sobre cómo ha cambiado el mundo. Si hace solo veinte años una joven hubiera anunciado en El Arahal que se quería casar con ella misma no sólo la hubiesen tomado por loca, sino que probablemente habría tenido que abandonar el pueblo a la carrera. ¿Por qué hoy esta excentricidad es asumida sin problema como una opción vital más? Porque es una alternativa que encaja perfectamente en nuestro tiempo, en nuestro modelo social. Se non è vero, è ben trovato. Es una evolución lógica en el camino que venimos recorriendo al son del egoismo. Cada vez valoramos más nuestros derechos y nos molestan más las obligaciones. En esa ruta primero la familias empezaron a tener menos hijos, luego se redujo el número de familias y no es descabellado que el próximo paso sea que decrezca el número de parejas. Tener hijos implica quebraderos de cabeza y sacrificios de toda índole de forma directamente proporcional al número de vástagos. Vivir en pareja es menos exigente, pero representa un pacto mediante el cual se sacrifica gran parte de la independencia personal en favor de un proyecto común; es un recorrido alambicado en el que hay que sortear la disparidad de criterios con generosidad y cariño. Y la sociedad de hoy nos invita cada vez más a una vida egocéntrica en la que sólo demos cuenta ante nosotros mismos, en la que aspiramos a tener los máximos derechos y las mínimas obligaciones. Un universo egoísta en el que seamos el sol alrededor del cual giran todos los planetas.

La sologamia es una chifladura -imagino que pasajera-, pero lo llamativo es que encaja como un guante en la modernidad que regula nuestras vidas. La autoboda de Rosa tenía que llegar: en un mundo que venera la apariencia personal, donde nos exhibimos en redes sociales y en el que preferimos un selfie antes que fotografiar un paisaje, era cuestión de tiempo que acabáramos enamorándonos de nosotros mismos.

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