Javier Rubio

Jacaranda city

Estos árboles maravillosos son los cascos azules que vienen a poner paz en la ciudad en medio del tráfago diario

Javier Rubio
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Si está cerca de una ventana cuando empieza a leer esta columna, hágame el favor de mirar por la ventana y comprobar si divisa una jacaranda: rotunda, hermosa, refulgente, dadivosa, lila, luminosa… Si la ve, si tiene la dicha de poder admirar la copa hemisférica uniformemente azulada, considérese afortunado. Porque esos árboles maravillosos son los cascos azules que vienen a poner paz en la ciudad, en el tráfago diario rebosante de bocinazos, frenadas y chirridos horrísonos. Porque contemplar una jacaranda, es decir, pararse a mirarla de cerca, seguir el recorrido de sus ramas negras desnudas de hojas pero cuajadas de campanillas azulinas hasta acabar confundiendo el colorido con el cielo, inspira serenidad de espíritu, una sensación placentera de que todo en la ciudad está como tiene que estar por un periodo demasiado corto de un par de semanas, a lo sumo tres, en que el violeta de las copas se va derramando a sorbitos para alfombrar el suelo.

Lo de mirar por la ventana no es ningún recurso estilístico. Los sevillanos, los que vivimos en este rincón indomeñable, tenemos exactamente 4.364 oportunidades de encontrarnos con una de estas presencias espectaculares, según el último recuento oficial que consta en los archivos de Parques y Jardines. Son menos que los veinte mil naranjos que se supone que jalonan las calles de la ciudad, pero durante el mes de mayo logran una presencia rotunda, inconfundible, inolvidable. Y mucha menor incidencia en el imaginario colectivo que el azahar, tan encumbrado en pregones de toda laya, aunque el espectáculo que ofrecen durante estos días es una delicia para los ojos. En el Museo, en el paseo de Juan Carlos I, en el muro de defensa, en la glorieta de los Marineros, en la avenida de Europa de la Cartuja, en la Oliva... no es difícil encontrar una a mano para extasiarse un ratito ante esa exuberancia lila. Delante del hospital de la Mujer forman una guardia de corps y allí están los árboles presentando armas, enhiestas las ramas teñidas de añil.

Sevilla es la ciudad de las jacarandas. Al menos, en Europa. Pretoria tiene el título de «jacaranda city» gracias a unos cuarenta mil ejemplares de esta especie procedente de América del Sur que en la urbe surafricana está considerada como especie invasora. Pero la floración de las jacarandas, allí entre septiembre y noviembre que es su fecha natural siguiendo la primavera austral y no entre mayo y junio como dicta el calendario septentrional, se convierte en un espectáculo que buscan los turistas y que se ofrece como una experiencia única a los visitantes de la capital administrativa de Suráfrica.

Y con todos los inventos que en materia de turismo lleva emprendido este Ayuntamiento, ¿a nadie se le ha ocurrido promocionar Sevilla como la ciudad de las jacarandas digna de una visita para extasiarse ante el espectáculo visual?

Y ahora permítanme que me asome por la ventana yo también: acab o de descubrir la primera magnolia en el jardín del periódico. ¡Sí, qué le vamos a hacer! Soy afortunado.

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