CARDO MÁXIMO

Éxito «low cost»

Duele en el alma que la ciudad sea noticia en España por el despliegue policial

Imagen de la pasada Madrugada de la Semana Santa de Sevilla RAUL DOBLADO
Javier Rubio

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La Madrugada fue un éxito. Ya está. Entre todos la matamos y ella sola se murió. El Ayuntamiento exhibe sus cifras como los trofeos de un cazador: 1,19 millones de kilos de basura previamente arrojados por sus muy endomingados ciudadanos , 16 detenidos por la Policía Local, 14 nazarenos heridos por cristales rotos en el suelo que amablemente dejaron como recuerdo indeseables (o descuidados, salvemos la intencionalidad) convecinos nuestros, 27 bebidos al volante y 1.673 multas de tráfico. Un éxito como se ve. En comparación con otros años, otras basuras, otras borracheras y otras infracciones. Más las que quedaron impunes: los que dejaron el coche encima de la acera, los que bloquearon pasos de peatones, los que se pusieron a las primeras de cambio a vender latas de refresco en un bidón. Hubo un 34% menos de público , las calles estaban vacías, la gente deambulaba sin sitio para tomarse un café y las cofradías desfilaron por algunas calles sin nadie que las contemplara. Un éxito, oiga.

Las televisiones nacionales , que nos devuelven la realidad sevillana pasada por los espejos cóncavos del callejón del Gato, abrieron triunfantes sus informativos del Viernes Santo: «Madrugada sin incidentes». Los periodistas sabemos que la noticia es la interrupción del flujo normal de los acontecimientos , así que una Madrugada sin carreras ni broncas ni detenidos ni pánico que situar en el frontispicio de la escaleta debió de parecerles de lo más noticioso. A eso hemos llegado, y bien que lo siento. Nuestra noche más hermosa, el momento culminante de la ciudad, está ya a la altura de las corridas de toros para los «gatekeepers» de la televisión: sólo se abren paso las noticias del redondel si el toro ha herido al torero, nunca cuando ha habido triunfo.

Me apena profundamente que la Semana Santa haya llegado a ese punto de «éxito» en el que lo que se mide es el número de detenidos. Me duele en el alma que mi ciudad sea noticia por el despliegue policial y que se haga recuento de cómo intervienen los efectivos de Protección Civil con el tono (el tono marca el pentagrama) de esos reportajes de emergencias con policías patrullando la ciudad a oscuras como si se tratara de un escenario de guerra. Me apena que se haya convertido en el imperio de las emociones «low cost» parafresando a un cronista de la plaza de toros . Todo sucede sin pellizco, sin autenticidad, vacío, con el piloto automático encendido, como esos automóviles sin conductor que caminan derechos al choque sin nadie que dé un volantazo a tiempo. Hemos ahogado la autenticidad de la fe de los sencillos enredada en los abrojos de la sofisticación a todos los niveles: el sembrador no va a ver crecer esas semillas.

Si he escrito esta columna es porque me vi retratado en el artículo del amigo Robles de ayer. Y eso, más que pena, me da miedo.

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