CARDO MÁXIMO

Ya estoy yo en...

¿Qué lleva a plantarse en la Feria antes de tiempo? Quizá se va buscando intimidad

Cada vez son más personas las que van al real en las jonadas de preferia
Javier Rubio

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A estas alturas de la semana, ya hay quien está a punto de dimitir de la Feria y lo tiene todo preparado para esa gran evasión que es liar el petate y largarse lo más lejos posible de Los Remedios. ¡Y eso que estamos a martes! Pero el lector conocerá —sin dudarlo— a alguno que ya estuvo en el real con las lonas echadas y el albero embarrado el viernes y eso, cinco días seguidos sin parar, no hay cuerpo que lo resista. Así que el miércoles —mañana para los que ya no saben el día en que viven— se presenta propicio para soltar amarras. Ya estoy yo en... ¡A vivir, que son dos días y nos pasamos uno entero con su noche en la Feria!

Algún día alguien hará una tesis doctoral sobre el adelanto festivo y las causas que lo explican, pero mientras llega ese inmarcesible momento habrá que conformarse con establecer una teoría aproximada convenientemente confrontada con la experiencia. Yo tengo dos teorías sobre este ansia tan sevillana de adelantar la fiesta y zamparse las vísperas como si formaran parte de la celebración. Lo venimos observando en la Semana Santa, no ya con las cofradías del Viernes Santo sino con el empacho de la Cuaresma, y se repite con la Feria. ¿Qué lleva al personal a plantarse en la Feria antes de tiempo? La pregunta pide explicación antropológica, por lo menos, porque la decoración a base de flores de papel y el potaje al que convida el del ambigú más parecen una excusa para tomar la Feria por punta.

Quizá sea que el sevillano va buscando intimidad en su fiesta particular. Según esta teoría, la inauguración personal de la Feria antes de que se abra oficialmente actúa como una especie de rito iniciático para un puñado muy selecto. Anticiparse constituye un timbre de honor, marchamo de auténtica sevillanía, antes de que la Feria se abra para todos. Adelantando al sábado o al viernes, los socios de la caseta se ven a sí mismos como el pueblo elegido, depositarios de la tradición sobre la que se sostiene la celebración: el cuartito de los cabales, vestales que mantienen el fuego sagrado de la fiesta antes de que se decrete su inauguración por parte del Ayuntamiento.

La otra explicación es más pedestre (si cabe). ¿Qué lleva a unos pocos individuos a salirse del grupo para improvisar un rito al margen de la colectividad? Probablemente, la misma irresistible tentación que mueve a subir a una duna virgen y pisotearla. En el fondo, lo que mueve a los jartibles del viernes de Feria es lo mismo que lleva a escalar ochomiles: hollar donde nadie antes había pisado. Ser los primeros en entrar en la caseta —no importa si está lista o no—, beber el primer vino y bailar la primera sevillana constituyen momentos irresistibles para quien refrenda su personalidad anticipándose a la multitud.

Claro que esa gente es también la primera en quitarse de enmedio. Por ejemplo, el martes de Feria.

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