Tú te curas

El relato que está haciendo Valentín García de su cáncer es una apoteosis de la esperanza

Alberto García Reyes

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Mirarte al espejo y encontrar un despojo de ti -las bolas de los ojos hundidas en la carne pálida, la piel ambarina, los labios agrietados como la fachada de una casa abandonada, el gesto huesudo, el pelo en el lavabo...- sostenido sobre un esqueleto en ruinas que apenas puede arrastrar los pies por el pasillo y que parece amontonar las costillas en un saco cada vez que toses, contemplarte consumido y roto en pedazos, con los papeles del oncólogo en la mesita de noche para leer tu verdad si te desvelas de madrugada, es la prueba más atroz que puede ponerte el destino. Sólo el sufrimiento o la muerte de tu hijo la supera. Pero el cáncer es un demonio con un único género literario: el de la lucha. La lírica de la confianza épica y de la fortaleza mental ha soslayado todo el relato desabrido, inclemente y lacerante de la tortura física, que es la que más daño hace al espíritu de batalla. Por eso el texto que le he leído al periodista de Canal Sur Valentín García sobre los días malos de su enfermedad me parece una de las aportaciones más determinantes que se han hecho nunca a la literatura de esta lacra. Valentín es un verdadero repartidor de esperanza porque va por derecho, sin eufemismos, a construir el relato de un paciente de cáncer en los estragos de su soledad. Y lo hace siempre con un mensaje de luz. Al retirarse del espejo, después de haberse lavado la cara con sus propias lágrimas y de haber gastado la poca saliva que la quimio le deja fabricar en maldecir su dolor, exclama con pleno convencimiento: «Yo me curo».

Durante los días siguientes al tratamiento apenas se reconoce, es un guiñapo demacrado, un pelele dispuesto a darse por vencido, un enganchado a toda clase de bálsamos químicos, pero él sabe que las horas son días y los días años cuando acude al combate. Y se pone de frente. Valentín ha descubierto que el más fuerte es el que confiesa su fragilidad y ha aprendido a pasarse la mano por la calva con encanto seductor, a contar su padecimiento con jovialidad, a convencerse convenciendo. Lo que está haciendo este tío en las redes sociales y en los medios de comunicación difundiendo su angustia es un servicio impagable a los demás. Salir al escenario con el pelo devorado por los fármacos a narrar su estocismo diario, a explicar cómo se le cuenta eso a una madre o a un hijo, a proclamar que por muy crudo que sea el diagnóstico hay que afrontarlo con serenidad, es, en el fondo, el mejor ejercicio periodístico que ha hecho Valentín en su vida porque con esta campaña cumple de manera abnegada con la esencia fundamental del oficio: servir. Por eso el titular «yomecuro» es la verdad más grande que se ha publicado desde que yo sé leer. Porque es una verdad que lleva derramada en su columna vertebral la crónica de un suplicio que al mismo tiempo es una apoteosis de la esperanza.

El espejo de Valentín es el de un hombre puro que ha tenido la valentía de enfrentarse a sus dudas ante el público. Y ahí, en ese maldito cristal que algunas mañanas refleja un tormento, voy a terminar yo mi artículo con la yema de mi dedo entrometiéndose en el vaho: tú te curas. Seguro.

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