Opinión

¡Y llegaron los romanos!

Mi tía Pepa era especial

Mi tía Pepa era especial. A su cariñosa y dulce sonrisa festoneada había que añadir su tremenda bondad, su amor por sus sobrinos y sus dotes culinarias. Ella, para anestesiar el hambre entre comidas, siempre llevaba un trozo de pan en el bolsillo de su ... florido delantal. Su puchero era único y su sopa de tomate daba orgullo a la hierbabuena. De la antigua calle Consolación al Cine Caleta sólo había un trecho . Él que ella recorría en verano para llevarme la cena entre películas. Un trozo de pan, algo de queso, un huevo duro y un buen racimo de uvas.

Menú único a orillas del Balneario y con los barracones como testigo.

Dice el personaje de la última película de Almodovar, ‘Dolor y Gloria ’, que los cines de verano olían a orines y a jazmín… El Cine Caleta olía a mar, a algas, a ostiones, a erizos, y a garrapiñadas del carro de chucherías del Millonario, que vendía todo a granel en cartuchos de papel. Pipas, avellanas, almendras, cacahuetes y regaliz. Los cinéfilos de 10 años clasificábamos las películas por géneros. Las del Oeste, las de Aventuras, las de Amoríos, las de Piratas y las otras. Y sobre todos las de Romanos. Pero no, no me voy a referir al género de los centuriones. Ni si quiera a las cofradías, tronos y pasos que procesionan con los «armaos» entre sus filas. Gladiator, Quo Vadis, Rey de Reyes, Ben-Hur, Espartaco, son sólo una muestra de la reposición primaveral del cine del país transalpino.

Hablaremos de los otros romanos. A esos a los que Pablo Neruda dedicó una oda. ‘Oda a la Alcachofa’. La de tierno corazón que se viste de guerrero, que se mantiene erecta e impermeable bajo sus escamas. Ese alcaucil redondeado con su vértice hacia adentro, que con los chicharos de Chiclana, las habas, las cebollitas de las largas, el perejil, el pan rallado y la pimienta hacen el deleite de un manjar de Semana Santa. Posiblemente no exista una época del año, ni una celebración tan corta en el tiempo que tenga una gastronomía tan definida y singular. Será por las cosechas del inicio de la primavera o será por los preceptos de la Santa Madre Iglesia, pero eso del ayuno y la vigilia de los viernes de cuaresma han propiciado un arte culinario de primer orden. De norte a sur, de este a oeste, en toda nuestra geografía existen platos típicos que se identifican con la celebración de la Pasión de Cristo, y hacen el deleite de los paladares más exigentes. Qué si las torrijas en todas sus variedades, con vino dulce, con vino blanco, con leche, con miel, con canela y azúcar. Que si los garbanzos con acelgas, más conocidos como «municipales con chaquetones», a los que no les deben faltar el majao de pan frito, ajos, cominos y pimentón dulce. Qué si el arroz con leche, con su cáscara de limón y naranja, su canela en rama y su yema de huevio al final al más puro estilo portugués. Qué si los garbanzos con bacalao, qué si los gañotes, qué si los bollos, qué si los chicharos con huevo, qué si el pan duro de Vejer, que si el potaje de vigilia.

Pagar la bula papal para poder comer carne era de ricos. Los de a pie preferíamos disfrutar de este arte culinario que nos brinda la Semana de Pasión .

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