Opinión

Trece votos

Por la línea cuatro del metro de Madrid -Esperanza, Avenida de la Paz, Prosperidad-, un tipo desorientado arroja su mirada perdida sobre las paredes del vagón y forcejea con su mujer, febril por bajarse en todas las paradas y ninguna parada es la suya. Ese tipo es España

Dos personas hablan por teléfono en el Metro. Elvira Megias

Traigo que Madrid se despereza atónita y poco a poco se deshace de la niebla de su crisálida parlamentaria. Por la cuneta de la A6 a su paso por la Zarzuela galopan desbocados la desesperanza y lo imposible. Se equivocaron la paloma y Sánchez cuando ... creyeron que tu corazón era su casa.

Por la línea cuatro del metro de Madrid -Esperanza, Avenida de la Paz, Prosperidad-, un tipo desorientado arroja su mirada perdida sobre las paredes del vagón y forcejea con su mujer, febril por bajarse en todas las paradas y ninguna parada es la suya. Ese tipo es España. España de lecciones de democracia de los nuevos Tejeros, presa síndrome de lo bilateral, enferma de eso de que para solucionar lo de Cataluña hay que hacer algo. España de dolor de fechas y de 30 años ayer del atentado de la Casa Cuartel de Zaragoza, de Ángel, José, Carmen, Silvia, Emilio, Dolores, Rocío y las gemelas Miriam y Ester que miran a través de los marcos de fotos de la ausencia.

En las fotos llevan dos lazos rosas en el pelo. España de los cien mil vascos que se fueron a vivir a Burgos, al Puerto de Santa María y a Madrid, que lo dejaron todo. Los que el día en que dijeron que hasta aquí hemos llegado, cuando cerraron la empresa, a media tarde de la última tarde, cruzaban conduciendo el desfiladero de Pancorbo y sentían el momento justo en el que les sacaban el corazón del pecho. España de los que nunca regresaron y murieron silenciosamente de Burgos para abajo, tan cerca y tan lejos de la pérdida definitiva de su Euskadi.

De los millones que pasaron miedo y que pasaron rabia y que no se dieron por vencidos, ni se tomaron la justicia por su mano porque suponía ceder siquiera un palmo de esta cosa que vagamente llamamos democracia. Los que no claudicaron y que se mantuvieron -erguidos, determinados y no desafiantes- pese a que no es que estuviera en juego un gobierno; es que estaba en juego su vida y la de sus hijos.

España de diana con nombre dentro pintada en la puerta de casa, de amenaza de muerte escrita con el dedo sobre el rocío de cada mañana en el cristal del coche, de capucha y dedo pulgar acariciando la garganta. Aquella España que no consiguieron llevar ni a la claudicación política ni a la derrota de la miseria -que es la peor de todas-, y que mira asombrada a esta otra de ahora de los malabares, las triquiñuelas, la aritmética gramatical y parlamentaria del más síes que noes en la segunda votación, paridera de una solución al milenario conflicto catalán -qué otra cosa propones- y que no soluciona más que una investidura.

España de todos los nuevos hombres de paz, del marco del blanqueo lenguaje y de lo que haya que blanquear, de llaves oxidadas de gobierno. España preñada de invierno y de chantaje, si no te rindieron mil muertos, no te rindan trece votos.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios