EL APUNTE

La tendencia equivocada

Puños en alto y abucheos en un juicio, insultos y jalones de pelo en Pleno... ejemplos de una crispación social que debe ir a menos

En política, en comunidad, como en casi todo, los matices son esenciales. El acierto, lo conveniente, y lo ridículo están separados por una línea finísima que todos pisamos alguna vez. Es una cuestión de límites y grados, de dosis. Ya decían los clásicos que lo que distingue –por ejemplo– la medicina de la droga y el veneno es la cantidad de producto que se usa. En Cádiz –más que en otros lugares aunque no es el único– el debate político sufre una sobredosis de ira, de inquina y rabia hace tiempo. Ayer pudo contemplarse en el juicio por la concesión de la medalla de la ciudad a la Virgen del Rosario y, por enésima vez, en un Pleno del Ayuntamiento.

El comienzo habría que fijarlo en los inicios de esta década. El descontento ciudadano por los efectos de la recesión económica, cuando se disparó el paro, cayeron los ingresos familiares y el sacrosanto consumo se convirtió en un dolor de cabeza general pudo marcar el inicio de la crispación. Las posturas se extremaron, la corrupción se hizo protagonista nacional y reaparecieron ideologías («ismos») que parecían descatalogados. Se mezcló todo con un hartazgo hacia un Gobierno local que, con aciertos y errores, acumulaba más de 15 años de recorrido. Una nueva forma de hacer política, demagógica, azuzó ese malestar tan justificado contra los representantes públicos y llegó el error, la inyección de odio que empezó a provocar incidentes y episodios que ayer volvimos a ver, en plenos, en declaraciones, en los juzgados... Puños en alto, abucheos, agresiones e insultos entre vecinos que discrepan y se acusan. También yerran los concejales, sus representantes, cuando caen en esas mismas conductas, en el intento de tapar la voz del que piensa diferente.

La decisión política concreta que está detrás de cada suceso es instrascendente o, al menos, secundaria. En todos los casos, sin excepción, debe producirse un debate (un juicio no deja de ser la más trascendente de sus modalidades) para aclarar responsabilidades. Sin violar nunca la presunción de inocencia, señalando sólo cuando haya pruebas, condenando sólo cuando quede demostrado. Sin provocar al que está enfrente. Agarrar de los pelos resulta bochornoso por inclasificable. La violancia verbal es prólogo de la física en demasiadas ocasiones.

El insulto, el abucheo, el puño en alto intimidante, la pintada, el hostigamiento, la amenaza de denuncia o los acosos en la vía pública entran de lleno en la categoría de la violencia que la política, por definición, debe desterrar. Todo esto debería verse cada vez en menos ocasiones y, por desgracia, en los últimos años sucede lo contrario.

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