OPINIÓN

Suplantaciones

A estas alturas ya nos creíamos curados de espanto

A estas alturas ya nos creíamos curados de espanto. Pensábamos que ya lo habíamos visto todo. Tesoreros que amasan su fortuna con los trapicheos del cargo en su partido. Banqueros que estafan a la clientela con salidas a bolsa fraudulentas. Sindicalistas que olvidan sus compromisos obreros ante el brillo de una tarjeta black. Presidentes de comunidades autónomas que tejen redes de intereses particulares entre sus gestiones institucionales. Hermanos, esposas, primos o cuñados trabados por confusas alianzas familiares. Muchas y variadas versiones de ‘Pequeñosnicolases’ colándose por la jeta en despachos y cócteles oficiales. Yernos haciendo y rehaciendo a su real gana con la milagrosa palanca del suegro. Incluso creíamos haber alcanzado un límite insuperable con la pulsión artístico-devota de una beata que se lanza a la arena del manejo de los pinceles para llevar a cabo la restauración de la imagen deslucida de un cristo parroquial.

Pero no. Todavía nos quedaban cosas por ver. Y, visto lo visto, mucho me temo que, en estos tiempos de alegres amaños, imposturas y suplantaciones, muchas otras sorpresas nos deben de estar aguardando. Ahora nos acabamos de enterar de que el párroco de Santa María de Medina Sidonia tenía de cura lo mismo que yo. Tras dieciocho años de ejercicio sacerdotal, se ha descubierto que Miguel Ángel Ibarra había llevado a cabo un simulacro de auto ordenación, si es que podemos expresarlo así. Un caso de intrusismo eucarístico que no entro a valorar en términos de derecho canónico, dada mi ignorancia sobre el asunto y porque doctores para ello tiene, o debe de tener, la Iglesia.

Hombre, me pongo en la piel de los pecadores que lo hayan hecho cómplice de sus deslices y flaquezas y puedo entender el vértigo de lo que significa sentir la desnudez del secreto de confesión. Igualmente todos aquellos que lo tuvieron como maestro de ceremonias en matrimonios, comuniones o bautizos andarán perdidos en la duda teológica de la validez de estos ritos. Por mi parte no contemplo tal fraude como un acto absolutamente condenable. Teniendo en cuenta lo cerca que los jóvenes colombianos viven del atractivo precipicio del narcotráfico, que uno de ellos opte por el alzacuellos frente al fusil de asalto debe entenderse como una señal de amor al prójimo. Que quizás debiera de haberse sometido a la disciplina del seminario, pues sí. Imagino que tampoco debe de ser excesivamente difícil, allá en Antioquia, y más en los tiempos que corren, salir con el título de cura bajo el brazo tras unos pocos años de estudio y preparación.

Pero a lo que se ve, Miguel Ángel, como si de un tesorero de partido, de un presidente de corporación bancaría o de cualquier soberano yerno se tratara, optó por la vía rápida de la falsificación y se desplazó a la Madre Patria para ponerle un océano de por medio a su artimaña. Y con esas, el muchacho de Santa Fe de Antioquia se convirtió en algo así como un Roldán a lo divino, un usurpador de sotana que acabó de okupa de confesionario en Santa María de Medina. Aunque, ya digo, tampoco debemos rasgarnos por ello las vestiduras. Pudiera ser que su alma alentara más pura voluntad de servicio que la de un auténtico tonsurado.

Recuerdo que hace años detuvieron en Madrid a un falso taxista que llevaba más de treinta años ejerciendo sin un solo incidente. Lejos de condenarlo, le regalaron el carnet. Tal vez nuestro falso párroco, tras dieciocho años de impecable ejercicio litúrgico, se merezca algún tipo similar de reconocimiento.

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