MONTIEL DE ARNÁIZ

Je suis español

Somos tan contradictorios que odiamos lo que más queremos y adoramos lo que nos repulsa

MONTIEL DE ARNÁIZ
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Somos tan contradictorios que odiamos lo que más queremos y adoramos lo que nos repulsa, pero que conste que no vengo yo a dar monsergas ni a predicar en el desierto de Tabernas o en la playa de la Concha, que para eso están ya los curitas sin sotana y con coleta, (ya saben, el telepredicador Iglesias, que diría mi vecina) sino que, quizás movido por un espíritu burlón e inquisitorial, defiendo hoy que por culpa de nuestra joven aunque sobradamente probada capacidad autodestructiva, unida a eso que en Cádiz ha venido en llamarse el derrotismo jartible, los españoles somos contradictorios y elegimos bandos y por ende amigos o enemigos, dándonos igual que uno sea de Susana si es del Madrid o musulmán si es fan de Mariano que, por cierto, parece que ha cogido vacaciones, no dice ni mú en una muestra más de su don para la estrategia y el remedo del avestruz al contrario que otros que en vez de sacar al porche la mecedora de roble desgastado por el crepitar de las termitas, coger las palomitas y mirar desde la sombra el atardecer del rival vecino, salen a dar bocinazos con ese ansia del dejarse ver cada día, un oye, que estoy aquí, a tu servicio siempre, justo hasta cinco minutos después de que me des tu voto, claro: la contradicción hispana del político, esa que tanto vemos en nuestra tierra, en la que algunos desarrollan hoy los catecismos, mañana los hacen arder en la pila junto a la mecedora de roble desgastado, la sotana del cura y hasta el propio Rajoy –ninot atrabiliario que como el Cid campeador vence batallas aún después de Bárcenas– y pasado aparecen cual bomberos salvapatrias sujetando un barreño rebosante de agua envenenada a sabiendas, que apaga o enciende las llamas en función del interés del que la porte, dependiendo de si se defiende la libertad de expresión (el adanismo abusa de ella), la de información (los periodistas, cada vez más en la diana) e incluso de la de libertad religiosa (¿laicismo o laicidad?), como prueba de nuestra intrínseca contradicción de españoles, antaño dominadores de un mundo menos peligroso que nosotros, hoy apenas piratas costeros con un complejo freudiano sin tratar.

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