YOLANDA VALLEJO - OPINIÓN

El rábano por las hojas

Mucha desconsideración con un profesorado que asiste, atónito, al desmantelamiento del sistema público por parte del propio sistema público

YOLANDA VALLEJO
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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El Génesis, por si usted no se acuerda, es el primer libro de la Biblia. De la Biblia, y de la Torá judía, no vaya alguien a tacharme de beata o meapilas –que en el país de la aconfesionalidad todo es posible–. En él se explican el origen del mundo y el origen de la mezquindad humana; y en él se encuentran respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos a diario. Haga memoria, y sabrá a qué me refiero. Caín mató a su hermano Abel por envidia –y creó escuela– con una quijada de burro.

No contento con habérselo quitado de encima, escurrió el bulto de la manera más burda diciendo «yo no ha hecho», algo que no se creía ni Dios, porque recuerde que en aquella época sólo existían cuatro personas en el mundo, Caín, Abel, su padre y su madre.

Su padre y su madre, precisamente, fueron los creadores de la célebre frase, y acuñaron, además, el concepto de echarle la culpa a otro. Ya sabe, Adán a Eva; y Eva a la serpiente. Yo no quería, pero… Me han engañado.

Así llevamos casi dos millones de años; cargándonos al que nos pueda hacer sombra y echándole la culpa a otro. Tiempo hemos tenido de aprenderlo y de perfeccionar la técnica, tanto que por hacer gala de aquello de que somos los únicos animales que tropezamos dos veces en la misma piedra, votamos como votamos y elegimos a los que elegimos. Las herencias, las deudas contraídas, las crisis heredadas, las primarias, la disciplina de partido, los congresos en Vistalegre 2… Ya le digo, lo de ayer, lo de hoy y lo de siempre.

Lo de siempre es dar pábulo, –lo del examen de ortografía de la policía, que sirva para algo– echar leña al fuego para que el humo nos ciegue, nos ahogue y nos confunda y nos impida ver con claridad. Lo hemos visto con la Sanidad, con la Justicia, con los presupuestos, y ya tocaba con la educación y el eterno problema de los conciertos educativos que tanto desconcierto crean.

Especialistas en no dar la cara y en contar las cosas a medias, los consejeros de Educación de la Junta de Andalucía representan cada cuatro años el mismo sainete cómico-burlesco. Hagamos memoria. En 1985, el gobierno socialista mediante la Ley Orgánica del Derecho a la Educación estableció un sistema de concertación de la enseñanza que en apariencia, normalizaba una antigua política de subvenciones a colegios privados –religiosos todos, en aquel tiempo– pero que en la realidad lo que hacía era paliar la precariedad de centros escolares que dependían del Estado. La precariedad física y psíquica. De esa manera garantizaban la escolarización de todos los niños ahorrándose un dinerito curioso en la construcción y el mantenimiento de los colegios. Es decir, no era un privilegio para determinados centros, sino que era una manera fácil de acabar con dos problemas.

Al transferirse las competencias a las comunidades autónomas, la concesión de los conciertos se perpetuó –como todo en nuestro sistema– y, evidentemente, se fue pervirtiendo. Y la Junta aplicando lo de mejor no meneallo, se vanagloriaba en los programas electorales de ‘su’ educación pública mientras beneficiaba a la educación –me niego a llamarla privada, porque no lo es– concertada. Tendiendo una mano a Dios y otra al diablo.

Que la educación debe ser pública y gratuita es algo en lo que estamos todos de acuerdo. Que no se deberían cerrar unidades en centros públicos al tiempo que se conciertan líneas en otros centros escolares. Por cierto, muy pocos ya en manos de la Iglesia, por muy morboso que resulte decir los de los colegios de curas y monjas. Que la apuesta gubernamental debe ser por una enseñanza pública de calidad para todos sin excepción y que garantice todos los derechos. Y que no vale con el ‘yo no ha hecho’ y ‘han hecho los de antes’.

Porque lo que debería hacer la Junta antes de dirigirse al pueblo partiéndose la camisa por la enseñanza pública es mirarse un poco por dentro. Y mirar en qué estado tiene «sus colegios» y en que situación laboral tiene a «sus profesores». Y reconocer que por mucho que haya descendido la natalidad, el sistema público, tal y como está, no puede hacer frente a toda la escolarización de Andalucía y que por tanto, no le queda más remedio que volver a concertar.

Que la consejera no puede salir un día diciendo que está dispuesta a reducir unidades concertadas y dos días más tarde comparecer para anunciar que ha llegado a un acuerdo para no cerrar líneas con demanda y que «cualquiera que se clausure pueda ser reversible», mientras se pierden, no ya líneas, sino colegios enteros del sistema público.

El verdadero problema de la educación en Andalucía no está en los conciertos, ni está en la más que demostrable –y respetable– demanda de las familias por un determinado tipo de centros educativos, ni está en las ratios de alumnos, ni está en las nuevas tecnologías. El verdadero problema de la educación en Andalucía es que durante mucho tiempo el rábano se ha cogido por las hojas.

Mucha modernización, mucho bilingüismo, mucha alfabetización digital, y mucho recreo en azoteas, muchas grietas en los centros, muchos techos de amianto y mucha desconsideración con un profesorado que asiste, atónito, al desmantelamiento del sistema público por parte del propio sistema público.

Siempre está bien que haya serpientes a las que echarles la culpa.

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