Julio Malo de Molina

El primo banquero

De repente lo comprendí todo, yo en ese momento era el 'ángel exterminador' de esas pobres víctimas de la usura

JULIO MALO DE MOLINA

Sostenía Jorge Luis Borges al comienzo de la única narración de amor que nos dejó escrita: «Mi relato será fiel a la realidad, o en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo» (‘Ulrica’, 1975). Asumo la idea aunque este texto podría más bien asociarse a otro título del argentino: ‘Historia Universal de la Infamia’ (1935). Los hechos que voy a contar comienzan durante el banquete de una boda familiar; yo sólo tenía 24 años y ejercía de arquitecto desde hacía muy poco, pleno de candor juvenil e inocente ambición. Compartía mesa con mi adorable prima Rosarito Corominas y quien entonces era su marido, del cual recuerdo su conocido apellido López Quesada por ser familia de banqueros, aunque ya no conserve ni el matrimonio ni la Banca, lo cual a los efectos de este artículo resulta irrelevante.

Fue entonces cuando el amable primo político, al enterarse de mi cualificación profesional, se ofreció a encargarme informes técnicos que al banco interesaban y retribuirían bien. Al poco, un ujier de la entidad se presentó en mi despacho profesional de la madrileña calle Barquillo con un montón de carpetas que contenían abundantes legajos relativos a los pormenores de cada encomienda, todas ellas consistentes en la inspección y valoración de viviendas de diferentes tipos y localizaciones.

Clasifiqué los expedientes según su situación en el plano de Madrid; y me organicé para visitar cada día una serie de casas en un entorno próximo , deseaba ofrecer respuesta rápida a la demanda, cuestión de pundonor, más aún por ser asunto que procedía de alguna manera de mi bella prima a la cual profesaba afecto.

El destino me condujo como Caronte en su infernal barca al coqueto piso de un edifico en barrio de clase media. Me abrió una anciana de porte distinguido, tras saludarnos con cortesía, comenté que debía inspeccionar la casa por encargo del banco; l a pobre mujer rompió a llorar desconsolada , acudió otra señora mayor y ambas se abrazaron entre sonoros lamentos. De repente lo comprendí todo, yo en ese momento era el 'ángel exterminador' de esas pobres víctimas de la usura, y eso no formaba parte de mi plan de vida. Sollozando como ellas me despedí sintiendo como una dolorosa punzada esa tragedia que seguramente acabaría por consumarse pero desde luego sin mi complicidad.

Todas aquellas pulcras carpetas no eran sino instrumentos para la ejecución de desahucios por impago de deudas , mediante los cuales prevalecen los intereses del prestamista frente al derecho a un techo adecuado que asiste a cada hombre o mujer como parte del derecho esencial a una vida digna, reconocido ya entonces por la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, que ahora recoge nuestra Constitución a título meramente enunciativo. Recientemente este país ha vivido una epidemia de atropellos contra cientos de miles de personas y he recordado aquella triste experiencia juvenil; como mucha gente, me he posicionado, tanto a favor de un cambio constitucional que garantice los derechos humanos de forma efectiva, como para poner fin a las medidas gubernativas que favorecen la ejecución de embargos y desahucios.

Puede que la situación ahora se haya controlado algo gracias al acceso a espacios de poder de personas partidarias de vigilar la usura. Yo reprocho a profesionales amigos y conocidos (en especial, abogados y procuradores) que participen en la ejecución de expedientes como aquellos que yo devolví. Me alegra haber actuado así , ahora haría lo mismo con muchas más razones.

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