Ramón Pérez Montero

Pensadores

Inmerso en la traducción de un artículo de Gordon Globus sobre la base cuántica de la conciencia, recibo el último libro de Antonio Cabrera, ‘El desapercibido’

Ramón Pérez Montero
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Inmerso en la traducción de un artículo de Gordon Globus sobre la base cuántica de la conciencia, recibo el último libro de Antonio Cabrera, ‘El desapercibido’. Una obra construida a partir de retazos de pensamiento donde también brilla ahora su prosa poética. Me veo, pues, placenteramente obligado a compaginar ambas lecturas y, como era de desear, saltan chispas en forma de suculentas ideas de la colisión de dos mentes poderosas.

La visión poética de quien es un sereno observador de eso que llamamos realidad frente a la inteligencia científica de quien trata de dar expresión matemática al misterio de la conciencia humana. Leo en una de las reflexiones del libro de Cabrera ‘Llamarse sapiens’ que «solo desde la racionalidad puede reivindicarse lo no racional, solo desde la razón podemos desear o reivindicar la sinrazón».

Traza así de clara su visión del mundo, escindido en dos reinos claramente delimitados, y del ser humano que, como una especie de omnímodo ‘demonio de Laplace’, puede traspasar, en uno u otro sentido, dicha frontera. El poeta se decanta por el ser puramente racional, en quien deposita toda su confianza.

La perspectiva del científico, trazada paradójicamente desde la razón, es más desgarradora. Se vale de un complejo aparato matemático para construir un modelo de cerebro cuántico a partir tanto de teorías anteriores como de la famosa conjetura de Reimann. Para Globus, la conciencia, a la que él prefiere llamar ‘Ser’, consiste en un continuo ajuste entre los representantes de la realidad física y las superposiciones cuánticas de nuestra mente, donde borbotean todas las posibilidades. Un fenómeno puramente térmico que puede ser expresado mediante ecuaciones, pero que tiene amargas repercusiones ontológicas. Estamos aislados en nuestras conciencias individuales, pero vivimos narcotizados por Maya, por la ilusión de la existencia real de un ‘mundo-en-común’.

Por tanto, mientras el poeta se afirma sobre el terreno de una realidad objetivamente observable por medio de una razón poderosa que le permite describir y comprender el mundo, el científico niega la existencia de ese mundo fuera de nuestra propia conciencia y, por ello, considera que es mera ilusión reforzada por una labor continua de socialización entre los seres humanos. Mientras el poeta delimita con claridad los dos reinos, razón y sinrazón, el matemático, desdeñando la figura del observador, establece que el Ser es un estado dinámico cuántico de un cerebro que, como sistema disipador de energía, está sometido a un azar incapaz de diferenciar lo razonable de lo irracional. Alguien podría pensar que ambos autores han intercambiado los papeles que nuestra tradición cultural les otorga. El poeta, a quien imaginamos recolectando sus materiales en sueños, decantándose por lo racional. El científico aboliendo la realidad cuando su labor consistiría en observarla y describirla.

Disfruto del quizás inmerecido privilegio de poder discutir personalmente estas y otras ideas con el poeta. No comparto su optimismo racional. Creo que el ser humano es, que sepamos, la última vuelta de tuerca de un universo fractal obligado a procesar información para mantener su estado termodinámico. Un fenómeno extraño por el que siento enorme curiosidad pero del que en principio desconfío, tanto si se interna en el territorio de lo irracional como si se vale del empleo de la razón para construir el mundo. Las grandes ideas y los logros técnicos que transforman al mundo, y también al propio hombre, no nacen necesariamente de la razón, y de la razón también brotan por su parte aquellos otros que nos llevan a destruirlo.

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