Ramón Pérez Montero - OPINIÓN

Observaciones

Gracias a las posibilidades diferidas que ofrece la Red, asisto siquiera virtualmente al último pleno extraordinario del Ayuntamiento de Medina Sidonia del pasado junio

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Gracias a las posibilidades diferidas que ofrece la Red, asisto siquiera virtualmente al último pleno extraordinario del Ayuntamiento de Medina Sidonia del pasado junio. Estas performances de la teatralidad política (indispensables para el sostenimiento regulado de la convivencia ciudadana) pueden ser contempladas de dos formas diferentes. Al nivel de observador de primer orden (como lo llamaría Luhmann) y según una observación de segundo orden: la observación de la observación de estos primeros observadores.

Trataré de ser más explícito. Como observadores de primer orden no alcanzamos a ver más allá de la pugna política entre los miembros de los tres partidos que forman el Consistorio. Así, vemos al portavoz del principal grupo opositor tratando de liberarse del enredo de unas razones que se vuelven aún más farragosas cuando se abandona al flujo de la palabra escrita una vez perdida su confianza en su esclerosa oralidad.

La solvencia con que tanto el portavoz del grupo del gobierno como el primer edil, con el conocimiento que ofrece la gestión diaria del entramado burocrático, desbaratan los débiles ataques de aquella artillería con la pólvora mojada de las innegabilidades históricas de sus anteriores etapas en el gobierno y el lamentable desconocimiento del presente en la oposición. Somos testigos de la presencia fantasmal del representante de los Populares que sólo ofrece señales de vida cuando alza la mano para votar a favor de alguna propuesta no comprometedora.

Pero si alcanzamos la perspectiva más abstracta de la observación de los observadores podremos entrever a los tres principales guionistas de la compleja tramoya. Descubrimos que la pugna de los actores políticos refleja los conflictos de los tres grandes sistemas sociales que, mediante pactos negociados entre ellos, tratan de sobrevivir a la batalla. Me refiero a los sistemas político, económico y jurídico. Son ellos los que marcan las reglas del juego y los límites de la arena dentro de los cuales deberán moverse quienes pelean en defensa de su ideario.

Los sistemas político y económico consiguen el indispensable acoplamiento por medio de los impuestos. La irritación de los socialistas por la escasez de inversiones y las justificaciones del responsable de las finanzas públicas por la necesidad de hacer encajes de bolillo en la gestión de los gravámenes, no son sino manifestaciones particulares de la irritación general del sistema político debido a la falta de dinero que se hace irrevocable en los Presupuestos del Estado. No cabe duda de que el éxito político está por lo general supeditado a las coyunturas económicas favorables.

Por su parte, el necesario acuerdo entre el derecho y la política se consigue en base a las reglas constitucionales. Los mayores fracasos políticos derivan de acciones contrarias a la ley. De ahí las justificaciones del gobierno de Izquierda Unida en el manejo de la política administrativa conforme a lo posible legal y económicamente. Como los administradores públicos manifiestan, no les queda otra que aceptar como normas las decisiones causísticas de la justicia.

Por último el obligado entendimiento entre derecho y economía se alcanza por medio del código tener o no tener para el sistema económico, germen a vez de las operaciones materializadas en los pagos. De ahí que el alto grado de irritación que se sustancia en los reproches entre los miembros del consistorio no sea sino reflejo del que los imperativos económicos provocan en el tejido de la legalidad.

Pasar de la observación de primer grado a la de segundo no significa sino salvar el vacío que separa a la reflexión del dogmatismo.

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