Julio Malo de Molina - Opinión

Navidades soviéticas

Pensar en las diferencias entre ambos mundos permite reflexionar también acerca de nuestro pasado reciente y de lo que ha significado el final del Imperio de la Europa Oriental

Julio Malo de Molina
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Aún queda Navidad, en el mundo occidental ya la celebramos el 25 de diciembre, pero en la dilatada Madre Rusia la gran fiesta de la cristiandad tendrá lugar el próximo día 7 de enero, siguiendo el calendario litúrgico de la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Moscú, algo que también sucede en otros Estados de religión cristiana ortodoxa como Serbia.

Durante la época soviética que atravesó casi todo el siglo XX (desde la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917 al fracaso del golpe contra las reformas de Gorvachev en agosto de 1991) las fiestas de Navidad se celebraron con profusión pese al laicismo del Estado Soviético, tal como lo atestigua la iconografía de esos tiempos, en la cual los símbolos tradicionales, como el Abuelo Frío, versión de nuestro Papá Noel, se entrelazan con los referentes del mundo soviético, en particular los que hacen alusión a la carrera espacial que significó un gigantesco esfuerzo y cuyo fracaso determina según algunos especialistas la gran crisis económica y de valores que conduce al final de la Unión Soviética.

Pensar acerca de las diferencias entre ambos mundos permite reflexionar también acerca de nuestro pasado reciente y de lo que ha significado el final del Imperio de la Europa Oriental.

Quienes visiten Moscú deben reservar la mañana del domingo para pasear por Izmailolovski o Vernissage, el mercado de antigüedades tipo flea market más extenso y sugestivo del mundo, pues recoge recuerdos de un imperio extenso y ancestral. Sorprende la cantidad de objetos que dan testimonio de las celebraciones navideñas en tiempos soviéticos, tales como: bolas de vidrio para el abeto con forma de astronauta, papás Noel en papier machée, carteles en los cuales la estrella de los Magos aparece como una nave espacial y muchos juguetes. La Unión Soviética atravesó por varias etapas muy diversas: La primera época de euforia revolucionaria y gran creatividad, liderada por Lenin, y con personas tan sugestivos como Alejandra Kolontay y León Totsky.

La feroz dictadura de Stalin que derrota a Hitler a costa de extender su imperio hasta Centroeuropa. La pequeña etapa democratizadora del simpático gordito Nikita Jruchev. Y la instauración reaccionaria de una «nomenclatura» envejecida que inicia la decadencia. Sostienen algunos analistas que la apuesta por la conquista del espacio se reveló inútil mientras que el éxito de la informática desarrollada por los americanos resuelve la guerra fría a favor de Washington. Gorvachev y el Papa Woytila contribuyeron a desmontar los restos de un imperio en quiebra.

El fracaso del llamado «socialismo real» indujo una crisis muy grave en la socialdemocracia. Ésta suponía, entre otras cosas, una opción para contener el avance comunista que sobre todo en la época de Jruchev sedujo a muchos intelectuales y obreros de todo el mundo. A su vez, la debilidad de una opción democrática para controlar los intereses del poder financiero ha provocado desde principios de este siglo: el empobrecimiento de las clases medias, la privatización de los servicios públicos y la desatención de los derechos humanos.

Una situación que ha generado el desarrollo de nuevos movimientos de pensamiento social aún por consolidar, y frente a quienes creen que el fracaso socialista no deja más alternativa que la economía de libre mercado, jóvenes políticos hablan de opciones diferentes. Precisamente durante la Navidad que recuerda el natalicio de Jesús de Nazaret quien predicó la solidaridad y el perdón de las deudas, debemos plantear fórmulas de convivencia más humanitarias que las propuestas por el pensamiento liberal.

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