Julio Malo de Molina - Opinión

Nadia Erzini

Conocí a Nadia en Sevilla a finales de los años ochenta, cuando ella se acababa de doctorar en arqueología

Julio Malo de Molina
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Conocí a Nadia en Sevilla a finales de los años ochenta, cuando ella se acababa de doctorar en arqueología por la Universidad de Cambridge. Fue durante la recepción previa a una sesión de trabajo para preparar un estudio en Tetuán, ciudad en la cual ejercía docencia como profesora universitaria. Vestía de forma elegantemente discreta, un traje tweed príncipe de gales y faldita corta, zapato plano y aire de discreta coquetería sin maquillaje. En el ágape rechazó el alcohol y el jamón, por eso le pregunté si era religiosa. La conversación resultó muy larga y ella me contó que entendía la religión como compromiso político para la liberación de los pueblos islámicos; durante su juventud europea había militado en grupos de izquierda, pero ya por entonces expresaba criterios y posiciones cercanas al pensamiento islamista que se extendía por el mundo árabe.

Me dijo estar convencida que reivindicar los principios de la fe coránica era la mejor manera de unir a los pueblos musulmanes para superar su ancestral sumisión a los poderes culturales y económicos del capitalismo occidental. Luego la traté en Tetuán ya en el curso de nuestra encomienda; allí siempre usaba el velo que recogía su hermoso cabello negro azulado, y una vestimenta tradicional muy diferente a la que lucía cuando nos conocimos en Sevilla. Ahora es una reputada intelectual, responsable del Museo de Vida Islámica en Tetuán y autora de libros como “An Annual on the Visual Cultures of the Islamic World” (1983) y “Tétouan, Ville Andalouse Marocaine” (1996). Muy conocida por su trabajo como asesora histórica para la construcción del patio marroquí en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET) en 2011.

Nuestro trabajo consistía en estudiar la intervención arquitectónica española en Tetuán que trasforma la ciudad cuando se instala en ella la capital del Protectorado, como consecuencia de la pequeña concesión entregada a España en el plan de reparto colonialista de África por parte de las potencias europeas, la abrupta franja costera del Rif habitada por tribus belicosas, cuya ocupación costó mucha sangre inútilmente derramada por jóvenes españoles en ese sueño insensato por recuperar una posición colonialista en el seno de un periodo de pobreza y atraso. El plano de la ciudad revela esta actuación de forma sugestiva, mediante la yuxtaposición de la trama orgánica de la Medina, una de las más importantes del norte de África, y la retícula introducida por el plan del arquitecto Carlos Óvilo de 1913 según la Ley de Ensanche de Poblaciones de 1864 que genera áreas tan bellas como el Eixample Cerdá de Barcelona o el Barrio de Salamanca en Madrid.

Como consecuencia de aquellos trabajos, Fernando Domínguez y yo redactamos un libro: “Tetuán. El Barrio Español” (Sevilla 1994), mal acogido por las autoridades marroquís pues entendieron que de alguna manera hasta el propio título representaba una nostalgia, no pretendida por nosotros, del pasado colonial. Nadia Erzini defendió con vigor la publicación y sin embargo nuestra editora, la Junta de Andalucía, cedió a retirar el libro y encargar otro atendiendo a las críticas recibidas, y así redactamos: “Tetuán, Guía de Arquitectura del Ensanche” (Sevilla 1994) que conoció cuatro ediciones rápidamente agotadas. Como consecuencia de nuestros trabajos, el Ensanche español fue declarado el año pasado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, lo que dio lugar a diferentes celebraciones a las cuales no fuimos invitados ninguno de los redactores del documento. No importa, la mejor recompensa por un trabajo bien hecho es haberlo realizado.

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