OPINIÓN

Miedo

La alegría puede ser de todos; el miedo es de cada uno, pues está tejido con los retales de las sábanas de todos sus fantasmas

Paul Valery se murió de una forma muy elegante. Antes de irse, dijo: «La vida, qué bobada». Cuentan que cuando iban a fusilar a Muñoz Seca, se puede decir que él disparó primero. Dijo así: «Podéis quitarme mi casa, mi familia y la libertad, pero lo que nunca podréis quitarme es este miedo que tengo». El miedo es más íntimo que la piel. La alegría puede ser de todos; el miedo es de cada uno, pues está tejido con los retales de las sábanas de todos sus fantasmas. El miedo, como el caballo, sabe más de nosotros que nosotros mismos. Hay que vencer al miedo, dicen. Qué bobada.

Puede ser que Laura Luelmo no tuviera miedo a que la mataran. A salir de casa, a que el vecino que se sentaba en una silla en la acera de enfrente de esa callecita como de escenario del Platero de Juan Ramón Jiménez fuera un tipo que mató a una anciana a machetazos, un asesino a punto de reincidir. Miedo a que nadie lo supiera, a que ya le hubiera echado el ojo, a que le diera indicaciones falsas, la esperara en un callejón, le reventara la cabeza contra el maletero del coche, la raptara, a que la hiriera, la intentara violar varias veces y arrojara su cuerpo entre las jaras. Miedo a que agonizara durante varios días y finalmente muriera en la flor de la vida tirada en un bosque del sur de Europa.

Hay razones para pensar que no va a pasar todo esto, que no vas a terminar el jueves violada y muerta en un bosque. En realidad, las muertes con componente sexual son una parte ínfima de los homicidios que se producen en este país. Además, España es uno de los países más seguros de nuestro entorno, que a su veces es uno de los más seguros del mundo y si vives en España tienes la mitad de probabilidad de que te maten que en Francia, siete veces menos que en Estados Unidos y cuarenta o cincuenta veces menos que en Brasil.

Ocurre también que el miedo no sabe de matemáticas, por eso dicen que Laura tenía miedo. Por eso Elena no sale a correr de noche por el parque grande, por eso se le acelera el pulso cuando entra sola de madrugada en el portal, por eso por la calle cuando mira atrás y descubre que la sigue un tipo sospechoso, palpa el teléfono en el bolsillo, por eso sencillamente de vez en cuando mira atrás. Hace años que yo no miro atrás: en eso sí somos distintos los hombres y las mujeres. La amenaza siempre es relativa, pero el miedo es absoluto, porque el hecho de que algo pase poco no elimina la sospecha de que te puede pasar a ti. Vienen ahora a decir que las mujeres no deben temer y poco menos las dibujan como histéricas que hacen caso a los medios de comunicación y a la alarma desmedida que siembran los poderosos para conseguir climas de alarma en los que cercenar las libertades de los ciudadanos. Vienen a dibujar esa mujer asustada instrumento del poder al día siguiente de que se supiera que a la chica desaparecida la hirió, la intentó violar y la mató un tipo que acababa de salir de la cárcel en la que cumplía pena por matar. A las mujeres les hemos dicho qué decir, en qué trabajar y cuánto tenía que medirles la falda. Ahora les decimos de qué deben tener miedo.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios