Ramón Pérez Montero

Improvisando

Llevaba cierto tiempo acariciando mentalmente la idea. Anteayer por fin la plasmé sobre papel

Ramón Pérez Montero
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Llevaba cierto tiempo acariciando mentalmente la idea. Anteayer por fin la plasmé sobre papel, esa especie de colapso de función de onda cuántica que fija una forma concreta entre las infinitas que bullen en torbellino dentro de la cabeza. Mi intención era dejarlo reposar para enviarlo ayer a la redacción tras el último repaso de rigor. Mi gozo en un pozo.

El pozo del corazón de mi ordenador infartado del cual no estoy seguro de si podré volverlo a rescatar. Así que me veo invadido por la angustia de tener que reescribirlo o de improvisar otro menos meditado en la necesidad de salir del paso. Me acuerdo de aquel que dijo que cuando llegaba al punto donde el camino se bifurcaba no dudaba en tomarlo.

A nadie se le escapa que existe un impedimento físico y diría que hasta metafísico para optar por esa ingeniosa solución.

De suyo no son las urgencias buenas consejeras, pero en este caso me iluminan. Por qué no improvisar un artículo sobre la necesidad de improvisar un artículo cuando los lobos de la angustia te asedian. Eureka, digo, sin necesidad de estar metido en la bañera tomando ese baño relajante que me ayudara a reflexionar, sino más bien caído accidentalmente a la piscina con el traje y la corbata recién puestos. Y aquí me encuentro, inmerso dentro de esta especie de juego mental en la redacción de este artículo que debería ser interpretado, a modo de viñeta de cómic, como el espejo con el que le devuelvo a mi desconocido enemigo digital el rayo mortífero con el cual pensaba destruirme. Y, así, a lo tonto, ya estoy al final del primer cuarteto, como diría Lope.

De modo que nadie piense que estoy levando a cabo un ejercicio banal. Luchar contra la angustia y salir airoso de la prueba es una de las tareas que suele ponernos más frecuentemente la vida y no, vive Dios, la más fácil de resolver. La angustia de sentirte desarmado en la batalla contra el implacable titán del tiempo. Ahí es nada para el simple mortal. Es entonces cuando echas mano de ese ingenio que ha ido esculpiendo en nuestros cerebros la deriva evolutiva de nuestra especie durante miles de años de lucha por la supervivencia. La onda del pequeño David, el caballo de madera que los muy próximos a la derrota dejan abandonado sobre las arenas de la playa. También la mitología se construye sobre estos gestos desesperados, cuando el héroe de turno, a veces el tahúr, se ve obligado a sacarse un as de la manga. Sin pretender ser lo uno ni sentirme lo otro, hago ahora lo que puedo por evitar el fracaso.

En definitiva se trata de enfrentarse a las severas imposiciones del mundo y sus tozudas circunstancias con el arma, en apariencia frágil, de una idea. La idea que trenzada con hilos de sueños logra vencer al gigante de la realidad, quizás porque también este está tejido con los mimbres de no diferentes fantasías. Y de este modo, casi sin esfuerzo, voy venciendo la acometida de la angustia cuando alcanzo a ver ya muy cercano el final de mi camino. El técnico no me promete nada, pero si acaso logra finalmente recuperar del limbo binario el artículo original al que este trata de suplir con toda su modestia, verá aquel la luz en una próxima entrega. A ver con qué otra tarea tiene a bien, mientras tanto, obsequiarnos la vida.

Ver los comentarios