Rafael Zaragoza Pelayo - Tribuna Libre

Lo que escondían sus ojos

Como se está viendo estos días en los documentos de ABC, el único intento de derrocar al caudillo con fines democráticos que existió fue el de Don Juan

Rafael Zaragoza Pelayo, miembro del Grupo de Estudios Historia Actual de la Universidad de Cádiz

Rafael Zaragoza Pelayo
Grupo de Estudios Historia Actual de la UCA Actualizado: Guardar
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La miniserie que Telecinco ha emitido recientemente, ‘Lo que escondían sus ojos’, ha enrabietado a los habituales antifranquistas retrospectivos. Sin ir más lejos Cristina Almeida, declaraba el otro día en ‘La Secta’ que no se puede tolerar que se emita una serie que «idealiza» a Ramón Serrano Súñer (mano derecha de Franco), así como a la vida social y cultural de aquellos años 40. Hay incluso una plataforma que pide la retirada de la serie.

Sin entrar en el afán de censura y en la hemiplejía moral de esta casta, la misma que estos días ha lloriqueado a Fidel Castro, y que nunca ha protestado por la legión de películas que sí idealizan al totalitario Frente Popular, llama la atención la ignorancia que muestra esta gente sobre los años 40, concebidos sólo como una época de «militares y curas», cuya vida cultural es desértica y limitada sólo a los exiliados.

Pero la verdad es otra.

Antes que nada, repasemos los hechos que ponen marco histórico al guión televisivo. El cuñado de la mujer de Franco, casado con Zita Polo, el cosmopolita y culto Ramón Serrano Súñer, mano derecha del dictador desde 1938 a 1942, conoce a la bellísima esposa del marqués de Llanzol, 25 años menor que su marido, Sonsoles de Icaza. Se enamoran y tienen una hija, que es acogida por el marqués como suya propia, guardando el secreto (a voces) ambas familias. Esa hija fue la estilosa Carmen Díez de Rivera, la llamada musa de la Transición. Carmen se enamora sin saberlo de su hermanastro Ramón, también hijo de Serrano, y cuando es advertida de la realidad, se derrumba y se marcha de misionera a África. Como amiga de Juan Carlos y Suárez, a su vuelta, jugará un papel en la Transición, a favor de la legalización del PC. Su belleza e inteligencia asombran al Congreso. Con el tiempo, se afilia al PSP. Murió joven, a los 57, de cáncer. Como ven, la historia no puede ser más cinematográfica.

Pero no pretendo aquí centrarme en las cualidades de la serie, o su fidelidad a la Historia, ambas discutibles, sino responder a los falsos tópicos que como reacción a su emisión, han repetido estos días la carraca progre, referidos sobre todo a la política germanófila del régimen, y a la supuesta aridez cultural de los años 40.

Hay que recordar que Ramón Serrano Súñer, el brillante ministro de asuntos exteriores de Franco, encabezó a un equipo de intelectuales y políticos falangistas, germánofilos, entre los que se encontraban Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar, que ante la presión alemana, consiguieron dar largas a la entrada de España en la Guerra Mundial. Sólo tras el ataque de Hitler a Rusia, y para compensar su negativa, enviaron allí a los voluntarios de la ‘División Azul’. Muchos de estos falangistas, en el transcurso de pocos años, se opondrían a Franco, y algunos se acercarían a la izquierda.

Cabe rememorar que el primitivo falangismo fue un movimiento revolucionario, vanguardista, socializante, y vivido con tanto romanticismo como la izquierda vivió su utopía. No entramos aquí en lo que luego fue la violencia falangista, posterior a la violencia revolucionaria, en especial de las JJSS. En aquellos años 30 no se conocía en qué iba a desembocar el fascismo luego, cosa que sí se sabía ya del comunismo por ejemplo, en vigor desde el año 1917 en Rusia. Desde luego, hay que hacer constar que la Falange fue un movimiento antidemocrático –que terminó sosteniendo a la dictadura–, pero de la misma forma que lo fue la izquierda socialista y comunista. Como se está viendo estos días en los documentos de ABC, y como dice Salvador Sostres en el mismo, el único intento de derrocar al caudillo con fines democráticos que existió fue el de Don Juan.

Pero volvamos a los aspectos culturales de esa época. Como decía, en estos días se ha vuelto a repetir lo del desierto cultural español antes del año 55. Falso. Es verdad que la guerra arrasó las instituciones en la España franquista (y en la otra). Y el estado franquista arrasó la disidencia. Pero la libertad y la creatividad empezaron a germinar desde muy pronto, eso sí, en medio de grandes dificultades. Ya en el mismo año 40 se publica la revista ‘Escorial’, con la dirección de Laín Entralgo y Dionisio Ridruejo, que supuso un esfuerzo por reanudar la convivencia.

La propia Falange concitó a una gran pléyade de intelectuales y escritores. Entre otros, además de Ridruejo y Tovar, se encuentran, Rafael Sánchez Mazas (padre de los Sánchez Ferlosio), Agustín de Foxá, Michelena, Miquelarena, José María Alfaro (estos cinco compusieron la letra del ‘Cara al sol’ junto a José Antonio), Vivanco, Luis Rosales, Torrente Ballester, Samuel Ros, Victor de la Serna, García Serrano, Álvaro Cunqueiro, Edgar Neville, etc. El propio José Antonio tuvo veleidades literarias, presidió la tertulia La Ballena Alegre, y se rodeó de su famosa corte literaria. Según Trapiello, en su imprescindible ‘Las armas y las letras’, fue amigo de Federico García Lorca, a pesar de que esto irrite a Ian Gibson.

El supuesto ‘páramo cultural’ español habido antes del 55 fue rebatido muy especialmente por Julián Marías (nada sospechoso de franquismo) en el año 76, en un artículo denominado ‘La vegetación del páramo’, donde se da cuenta de la frondosidad cultural de la España de entonces. Veinte años más tarde, y ante la persistencia del falso mito de la aridez cultural, vuelve a escribir otro al respecto, titulado de forma significativa, ¿Por qué mienten?

Julián Marías demuestra que ya desde el final de la Guerra Mundial, en España se habla de los intelectuales ausentes, y expone una lista de autores irrepetibles que continúan con la rica tradición cultural española. Por ejemplo, los de la generación del 98, y las siguientes: Menéndez Pidal, Azorín, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Zubiri, Morente, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Miguel Mihura y Marañón.

Sin entrar en otros terrenos artísticos o científicos, también muy productivos, Marías menciona a los poetas que empiezan a escribir sus libros tras la Guerra Civil, como Gabriel Celaya, Leopoldo Panero, Carlos Buosoño y Blas de Otero. También en esos años se inician nada menos que Camilo José Cela, Ignacio Agustí, Carmen Laforet, Gironella, Miguel Delibes, Ignacio Aldecoa, José Luís Sampedro, Buero Vallejo, Pedro Laín Entralgo, Menéndez Pelayo, Fernando Chueca, Luis Diez del Corral, José Antonio Maravall, Lapesa, Díaz Plaja, y el propio Julián Marías. Yo añadiría nombres como los de Manuel Machado, José María Pemán, Eugenio D’Ors, Julio Camba y el mejor prosista catalán del siglo XX, Josep Plá, que por cierto escribía en español.

En Cádiz también tuvimos la revista ‘Platero’, de nuestro añorado Quiñones, y ‘Postismo’, del genial Carlos Edmundo de Ory. ¿Hay un panorama cultural remotamente parecido a esto, tanto en España como en Cádiz en la actualidad? ¿Cuál es la época del ‘páramo’ entonces?

En España, por fortuna, hace tiempo que hemos recuperado la libertad, pero la verdad histórica brilla por su ausencia. A partir de los años 60, los perdedores de la Guerra Civil ganaron la guerra de la cultura y la propaganda e hicieron desaparecer a muchos de estos autores de los medios de comunicación y de los manuales de literatura, al margen de su calidad literaria. En otras palabras, se fue sustituyendo el relato franquista por otra verdad histórica igual de deformada y tendenciosa. Y desgraciadamente, en ésas seguimos.

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