Artesanos del Don Dinero

Últimamente en este laberinto que conforma nuestro Concurso del Falla un peligro camuflado nos acecha a los grupos participantes

Nandi Migueles

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Últimamente en este laberinto que conforma nuestro Concurso del Falla un peligro camuflado nos acecha a los grupos participantes.

Si se hacen una idea, el coste de un tipo medio de un coro suele estimarse entre 450 ó 550 euros por persona, es decir de igual o más importe que un traje hecho a medida de Emidio Tucci. Aunque la mayoría de artesanos del Carnaval son soberbios, justos y serios profesionales en su oficio, hay algunos que distan mucho de esos términos. Los hay que no te miran a los ojos para que no descubras que quiere saldar sus errores empresariales con tu agrupación. Son los que cada dos por tres cambian el nombre de su empresa o gerente para evitar la persecución de la hacienda pública. Son personas engreídas, sin ética profesional y, sobre todo, sin una mínima clase personal para tratar al carnavalero como cliente. Personas incapaces de mostrar la más mínima comprensión y empatía hacia aquellos que se dedican a la cultura popular y que realizan una agrupación sin ánimo de lucro. Con un arte en sus manos innegable pero con una predisposición a engañar impresionante. Todos los pagos se los pedirán a ser posible en negro y el dinero es su único motor. Al inicio, cuando crean sus empresas, son maravillosas personas, entregados y todo son facilidades pero a medida que el ego les domina y el vil metal los esclaviza o entrampa pasan a ser un gran peligro. Con el paso del tiempo, cuelgan en la entrada de sus talleres de artesanía las ganas de hacer las cosas profesionalmente, con entusiasmo y responsabilidad, terminando por no escuchar a sus clientes, no cumplir plazos, no coger el teléfono, crear lo que a ellos –como artistas presuntuosos– les venga en gana, el todo vale e incluso a chantajear a clientes que llevan 30 años sacando agrupaciones y que no han tenido ninguna queja por el pago ni deuda pendiente de amortizar en toda su vida carnavalesca.

Son capaces de intimidar con frases tan escalofriantes y amenazantes como aquella de «o me pagas todo o de mi taller no sale ni un solo tipo», o con aquello de «el presupuesto ahora ha cambiado y aumento 80 euros más por tipo debido a que hemos introducido una pasamanería y el largo de la chaqueta», sin haber dado siquiera el visto bueno a sombreros, zapatos, complementos, ni terminación del traje. Todo esto, a pocos días o incluso el mismo día antes de actuar en el teatro, sin opción ni margen de reacción, a la misma usanza de la mafia siciliana.

Insistiendo en que la mayoría de nuestros artesanos del Carnaval son ejemplares y están al servicio de sus clientes, hay algunos que terminan por hacer que sus clientes estén a su servicio. Ellos proponen y disponen. Finalizan los trabajos a su antojo creyéndose en la posesión de la verdad, intoxicando y remolcando a familia y amigos hacia el abismo por estar atosigados por proveedores, empleados y la propia hacienda pública que reclaman sus pagos pertinentes. Son un peligro para agrupaciones dependientes de una subvención o del premio conseguido en el teatro. Agrupaciones que saldan sus deudas a medida que van recibiendo estos pagos y que jamás han dejado pendiente ni un solo céntimo a nadie.

Estén muy atentos a esa minoría de artesanos que poseen un gran arte en sus manos pero a los que el dinero les forjó un corazón de poliespán.

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