OPINIÓN

Arquitectura menor

No es un estilo sino una posición humanista de transformar la sociedad

La arquitectura es la felicidad de la materia, por eso Bruno Zevi sostiene en su obra 'Saber ver la arquitectura' que a través de esta disciplina «todo lo físico, todo lo espiritual y especialmente humano que hay en nosotros nos hace vivir los espacios con ... una adhesión integral y orgánica». Pensar sobre arquitectura e ilusiones supone pensar en Borges , las ficciones del escritor estimulan con intensidad nuestras percepciones espaciales. Su cosmos combina mundos imaginarios con un extenso repertorio de referencias eruditas. La arquitectura que aparece en sus relatos desafía las convenciones geométricas. Borges inventa universos enteros en los que las peripecias de sus personajes derivan de las circunstancias espaciales que los rodean. Los laberintos son temas recurrentes en sus relatos; así como los espejos que reflejan descripciones abstractas de escaleras y patios.

La editorial Pepitas de Calabaza acaba de editar la primera traducción al castellano de 'El modo atemporal de construir' escrito por el arquitecto británico Christopher Alexander, un texto que hace cuarenta años conmovió la cultura arquitectónica al plantear que las ciudades, edificios, viviendas y monumentos más logrados habían sido levantados de forma intuitiva sin la intervención de brillantes proyectistas: una idea que nos devuelve a Borges: «la obra valiosa confía al arquitecto sabio como quiere ser hecha». Alexander defiende que un espacio se hace habitable cuando ostenta cualidades asociadas a la calidez, la comodidad, la armonía con la naturaleza y la alegría de vivir. En un momento de grandes arquitecturas concebidas como gigantescas esculturas , defiende «el sencillo proceso por el cual la gente es capaz de generar un edificio vivo, simplemente dando vueltas por el lugar, abriendo los brazos, pensando en común, hundiendo estacas en la tierra». Se trata de un producto típico de la contracultura americana de los años sesenta y setenta que genera numerosas teorías acerca de la producción alternativa y de la arquitectura menor, reconocida ésta por su valor frente a los grandes contenedores. Se trata de simplificarla para ampliar la realidad que determina la forma, composición y uso de los espacios. La arquitectura menor no es un estilo sino una posición humanista de transformar la sociedad. Las teorías de Alexander, que aún goza de prestigio académico como profesor en la universidad de Berkeley, reflejan entusiasmo utópico por unas ciudades más amables.

La ciudad mediterránea clásica es un referente. El clima, así como las múltiples relaciones culturales y comerciales, han producido un modelo de ciudad compacta, configurada mediante construcciones y elementos urbanos semejantes. Son modelos constructivos y funcionales que han viajado de Algeciras a Estambul, sembrando ambas riberas de cales, terracotas, mármoles y maderas labradas. Se trata de una repetición esencial, metódica y milenaria, de una manera de construir y organizar los espacios. En breve se inaugura la exposición 'Imaginando la casa mediterránea. Italia y España en los años cincuenta' en la Fundación ICO de Madrid. La muestra presentará los vínculos e intercambios que se establecen en esa época entre los dos países para recuperar los valores autóctonos meridionales. Las arquitecturas italianas y españolas remiten al imaginario mediterráneo, un conjunto de prismas blancos perforados por pequeños huecos de color mediante un repertorio formal y de técnicas constructivas tradicionales que son el resultado de la geografía y de la historia como contraposición a una arquitectura especulativa mediante un lenguaje torpemente moderno o, lo que aún es peor, recurriendo al pastiche historicista. Como sostenía Bernard Rudofski en 1938: «No necesitamos una nueva manera de construir, sino una nueva manera de vivir» .

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