Raíces y ramas

En Cádiz tenemos varios ficus centenarios sembrados desde hace muchos años

José María Esteban

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Los árboles son testigos pacientes de nuestras vidas. Crecen lentamente, alimentándonos con sus oxígenos, frutos y sombras. Cuanto más grandes y longevos, más los queremos. Nos recuerdan que la existencia, aunque más breve en nosotros, en algunos de ellos es superior y duradera. Extienden sus amplias y largas raíces y ramas, en pies, fustes, brazos, manos y dedos, generados como hermosos seres vitales.

Hace unos días hemos sabido sobre el debate de la tala de un ficus en el compás de una iglesia trianera. Posiblemente plantado hace muchísimos años por algún dominico, proveniente de lejanas tierras orientales. Ese ficus, de enorme copa y cuyas raíces se acercaban potentes a los muros y taludes de la Iglesia de San Jacinto, amenazaba con dañar sus estructuras constructivas. La reflexión, fuera de fanatismos ecologistas o materialismo superviviente de la orden, debe llevarnos a ser lo más objetivos posible. No se trata de valorar la vida frente al edificio creyente, sino hacer compatible la vieja realidad con la actual.

En Cádiz tenemos varios ficus centenarios sembrados desde hace muchos años. Los más conocidos y afamados por sus volúmenes, son los que se plantaron, una vez culminadas las obras, en los parterres frontales del Hospital Provincial, que los Moreno de Mora obsequiaron a la Diputación. Un equipamiento completamente construido, bien dotado y regalado hasta la última jeringuilla, para ser, entonces, el mejor y único hospital moderno de la provincia. Esos dos ficus, se sembraron en 1903 y han encontrado el sitio para su óptimo y saludable existir. Ahora cumplen casi 120 años. En mis quehaceres en la UCA, me preocupaba de su frondosidad, que algunas ramas, que siempre avisan de una posible caída, pudieran dañar a los alumnos, profesores y paseantes que por allí debajo deambulaban. Más de una vez se solicitó al Ayuntamiento, responsable directo, que podara cuidadosamente aquellas dos bóvedas vegetales, que enmarcan mágicamente la vista de la Caleta desde la entrada de la Facultad.

Pedimos también al consistorio, que socorriera su peso con unas delicadas «muletas» que con mayor dignidad y seguridad sostuvieran sus grandes troncos braquiales. Las actuales de alcantarillado y débiles perfiles, son inestables e impresentables. Ya han dado algún susto, por no ser atendidos como es debido. En las obras de rehabilitación del Mora en 1992, se cortaron y limitaron, con delicadeza, las raíces cercanas al edificio para evitar su posible daño. Dos seres vivientes, relato de la ciudad, que deben estar con nosotros hasta que el destino, y no la incuria, los marchite.

La tala del ficus sevillano, es una decisión cuanto menos dudosamente urgente y con pocos argumentos para hacerlo desaparecer, estando vivo. Un peligro fácil de controlar, ya que la fuerza de su base, en un amplio espacio de más de una cincuentena de metros, podrían soportarlo y alimentarlo nuevamente, tan solo restringiendo los raigones peligrosos. Si talamos los árboles centenarios, cercenamos parte de nuestras vidas.

Hay soluciones para hacer durar la realidad de un actor antiguo y bello, con su pervivencia en el amable lugar que toque. En el Mora con los dos ficus mellizos, igual que con los de la Alameda y otros de catalogada monumentalidad y verdadero goce urbano, debería preocuparnos más su protección. Su soporte y mantenimiento medioambiental debe exigírnoslo, como si se tratara de nuestros más respetables abuelos. No vaya a pasar como con el drago, de más de 250 años, que cayó en marzo del 13. Viva la vida. Salud siempre.

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