Cuestión de confianza

Liderar esta legislatura va a ser complicado. Ahí tienen a la jefa de la cosa catalana que lo ha dicho por pasiva y por activa, que harán cumplir hasta la última de las palabras convenidas

Enrique García-Agulló

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En estas jornadas de la investidura se nos ha pedido que nos fiemos de Sánchez, que cumple su palabra. Y aquí chocamos, miren ustedes, porque si hay algo difícil de admitir es que haya confianza en el presidente elegido por el Congreso. Fíjense que, hasta él mismo, o sus acólitos, a la hora de firmar los pactos con la derecha tramontana catalana, admiten que lo firmado da cabida a que ni los unos ni los otros se fíen de ellos mismos.

¿Fiarse? Ni las compañías extranjeras, que están agazapadas para quedarse con las cuotas de mercado que España tenía ya por el mundo. Ni los inversores que quieran operar aquí porque cualquier veleidad, cualquier ocurrencia o cualquier pacto, pueda poner en peligro lo suyo. Ni en el respeto internacional, y si no que se lo digan a esos titulares de pasaporte español residentes en Gaza que han sido de los últimos en poder salir de aquel territorio atormentado, de esa guerra que lamentablemente sigue sumando día por día a tantos muertos inocentes.

Liderar esta legislatura va a ser complicado. Ahí tienen a la jefa de la cosa catalana que lo ha dicho por pasiva y por activa, que harán cumplir hasta la última de las palabras convenidas. Numerándolas y todo. Que se amarren los machos porque, a la primera que se desvíen o que se aparten de lo pactado, se lo van a cobrar, que quien avisa no es traidor.

En este noviembre de 2023 se ha acabado la Transición y se ha abierto una nueva era. No se ve, dentro de las rivalidades, posibilidad de entendimiento entre los partidos de Estado. Incluso, por lograr La Moncloa, se ha sacrificado hasta el partido hermano de Cataluña que, habiendo logrado más votos que Junts y ERC, ha pasado a situarse en una suerte de mandado del catalanismo supremacista. EL PSC no vale ya ni la mitad de la mitad de lo que valen allí los partidos independentistas y eso que el PSC aspiraba a representar a todo quienes desde otros pueblos de España que en épocas de difícil economía se desplazaron a Cataluña para encontrar un sustento allí donde Franco también regaba dinero para que se montasen empresas o donde ellos crearon sus propios puestos de trabajo. No eran catalanes de nacimiento ni, por lo tanto, catalanes separatistas, y hasta en los inicios de esta Transición que hoy decae lograron reunir votos suficientes para mandar al Congreso diputados andaluces. Fueron otros tiempos.

Las segundas generaciones, la del diputado desclasado que no logra hablar catalán con el acento esperado, no votan hoy como votaron sus padres, no son ya socialistas del PSC del cinturón urbano. Pensando quizás en que iban a mejorar se convirtieron a la causa separatista radical refugiándose, si no en Común o en cualquiera otra izquierda más, en las filas de ERC. Pero ni gozan de la vieja sangre, ni tienen antepasados ni posición que les abran las puertas en Junts, a quienes no miran bien y envidian por cómo se han llevado el gato al agua ya que, al final, esa derecha exclusiva, la los de los ochos apellidos catalanes, ha vuelto a humillarles nuevamente al escenificar abiertamente que quienes mandan allí son ellos, los de siempre. Que sus siete votos valen más.

En fin, la democracia está llena de virtudes y de servidumbres y lo de ahora es un claro ejemplo. Legítima presidencia, sí, pero desequilibrada y complicada. Apoyada en intereses particulares pero alejada de los generales, con la preocupación de que no se gobierne una España para todos sino obligada a ceder a los intereses de los unos y de los otros. Y eso nos va a costar. Más allá de inconvenientes humillaciones nos va a costar en dinero y en concesiones inagotables que, unido a la deuda pública que sufrimos, arrojará un saldo fatal. Media España no confía y, en la otra media, vemos que también hay mucha duda.

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