Luis Ventoso

Dr. Leo y Mr. Messi

Y el brujo del balón resultó un bucanero fiscal

Luis Ventoso
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Ay, el fútbol. Fabuloso pasatiempo, circo máximo. Todos tenemos un pretérito de carrusel y quiniela. A mí me retiró Figo. Siempre se lo agradeceré. El crack luso lloraba a moco tendido por la camiseta del Barça. Pero hete aquí que al año siguiente besuqueaba con idéntica fruición la elástica del Real Madrid. Si a ese tío, un figura en pleno ajo, le resbalaban unos colores u otros, ¿qué hacía yo como un gañán sufriendo por los avatares de los equipos, chupándome moviolas, analizando los relámpagos de iluminación filosófica de los más lúcidos estrategas ("hay que ir partido a partido")? Gracias a Figo, hoy soy un hincha hibernado, que solo abre un ojo si el Deportivo espabila, hito que no abunda.

Recuerdo con espanto mis días juveniles de gacetillero deportivo en un periódico local. Mis crónicas de los partidos eran un fraude, porque no sé nada de fútbol –en realidad sospecho que hay muy poco que saber– y porque la miopía me tendía constantes celadas. Tras un valioso triunfo del Dépor en Zaragoza escribí el preceptivo relato épico. Al día siguiente, nuestro míster del pelo plateado, que gastaba esa tolerancia algo fatigada de los párrocos de aldea que han visto todas las debilidades, me lanzó una observación casual señalando el periódico con un dedo: "Está muy bien, neniño… Lástima que el gol no lo marcó Bebeto".

No era fácil ser cronista balompédico, no. Por entonces, el Dépor todavía jugaba en Europa y nos tocó batirnos con los vikingos del Rosenborg de Trondheim, allá al norte de Noruega. Sufrimos una aburrida escala en Oslo. Para matar el rato saqué una novela, un bestseller. Uno de los cracks de nuestra escuadra y paisano, cuyo nombre omito piadosamente, alertó jocoso a sus compañeros: "Mirad, mirad, ¡Ventoso está leyendo un libro!". Aquellas aventuras pronto me llevaron a desmitificar a los futbolistas. Pero aun así, es evidente que ciertos regates y goles de Messi rozan la categoría de arte.

Sobre el bueno de Lionel Andrés siempre ha existido un debate de matriz psicológica, que he vivido en las cargantes rondas de cañas del gremio masculino: ¿Realmente le falta un hervorcillo o es una persona tan inteligente como su fútbol, que se protege tras una coraza de abulia? ¿Es un buda… o un Maquiavelo implacable que hasta quita y pone entrenadores? Un biógrafo lenguaraz contó que su vida se compone de siestas, Play, asados y fútbol. Nada más. Aseguraba que le regalaron la emocionante serie "Perdidos", entonces en boga, y se quedó sopas a medio capítulo. Nunca he creído en ese Messi cortito que él mismo fomenta: "Yo me dedicaba a jugar al fútbol. Confiaba en mi papá", pretextó en el juicio de su pufo con Hacienda.

Leo nos ha hecho "un urdanga". El brujo resultó un bucanero fiscal: 4,1 millones defraudados, dos millones de multa, 21 meses de cárcel (que no pisará: es San Messi). El Barça proclama su inocencia, fiel a la curiosa moda catalana de fumarse la ley. ABC reveló ayer que su fundación huele a tapadera, lo cual sería odioso, pues su objeto es ayudar a niños desfavorecidos. El Supremo lo deja claro: Messi conocía la trampa fiscal, sabía que estaba delinquiendo. ¿Vale la pena seguir aplaudiéndole? Pues no lo sé.

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