Verdad prohibida

No hay partido que se atreva a advertir de que la fiesta se paga a crédito

Luis Ventoso

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Una frase tópica que suena linda proclama que «el dinero no da la felicidad». Ya, pero sin parné la vida se torna muy desabrida. El escritor irlandés Jonathan Swift aclaró perfectamente el término medio entre la codicia y la legítima aspiración al bienestar material: «Una persona sabia debe tener el dinero en su cabeza, pero nunca en su corazón». Tony Blair está desprestigiado porque tras salir del poder adoró al becerro de oro. Le obsesionaba amasar un fortunón, hasta el punto de que llegó a ejercer de consultor para sátrapas exóticos. Pero sería un error desdeñar a Blair por pesetero, pues continúa siendo un excelso politólogo. El lunes, en un discurso contra la chifladura del Brexit, trazó una elegante distinción entre las políticas de luces largas y las oportunistas: «En política la diferencia entre táctica y estrategia lo es todo. La táctica se ocupa de la política del momento. La estrategia va más allá del momento y trata de imaginar el largo plazo».

Un problemón de España es que ninguno de sus partidos actuales se ve capaz de sacrificar la táctica en favor de la estrategia. Los cálculos electorales inmediatos priman sobre los datos contables y sobre los intereses futuros de la nación. La tentación facilona es gastar lo que no se tiene para intentar arañar votos. Esa verbena manirrota se oficia en un país con una deuda pública del 98% del PIB y que en realidad sufraga a crédito su estupendo Estado del bienestar, que reventará si no se reforma (como reconocen en privado presidentes autonómicos que luego callan en público). En esa línea de empufarse hasta las orejas están el PSOE, el partido de «no me vengan con datos», en memorable frase de la genialoide Magarita Robles; la formación populista de Rivera, que en la práctica de liberal no tiene nada, pues su primer reflejo ha sido abonarse a la subcultura de la subvención; y por supuesto Podemos, que simplemente es un deplorable partido comunista. Rajoy, con sus defectos, era un refugio de cordura contable en la demagógica España del duopolio televisivo. Pero ha acabado rindiéndose a la frivolidad económica para atajar la crecida de Ciudadanos y la hábil utilización de los pensionistas por parte de la izquierda, que hace un gran roto al PP, pues tiene en los abuelos su granero electoral. El Gobierno se suma a la fiesta del gasto: rebajas del IRFP para rentas bajas, subidas a los funcionarios, equiparación de policías y guardias civiles, lluvia de millones para las administraciones local y autonómica, complemento salarial para jóvenes, subida de pensiones, rebaja del IVA del cine y tal vez otro cuponazo vasco.

La izquierda ha recibido con olímpico desprecio sectario todo ese esfuerzo, que en realidad desborda nuestras posibilidades. España, por felonía una vez más del PSOE, vuelve a quedar a merced del PNV, que a su vez, de manera delirante, vincula las cuentas públicas a lo que pase con el preso de Alemania y el 155. La carencia de patriotismo de la izquierda y el talante anumérico del país dejan en el limbo el «esfuerzo social» que presentó ayer el Gobierno, que nadie le agradecerá y que probablemente no saldrá adelante. Esto va oliendo a elecciones.

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