Editorial ABC

Urge recuperar el espíritu de 1992

Cataluña está necesitada de una regresión moral y emocional a aquel 1992 que tanto consiguió unir en torno a banderas comunes y a una idea realista de nación

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El veinticinco aniversario de los Juegos de Barcelona, en plena amenaza separatista, ha adquirido un simbolismo mayor del que debería corresponder al recordatorio de lo que fue un hito diplomático, cultural, deportivo y económico para todo un país. Cataluña y el resto de España demostraron con los Juegos una solidez organizativa modélica. Sin embargo, hoy la Generalitat ha decidido renunciar a ese brillante legado para sustituirlo por el engendro de una «república independiente» irreal que abocaría a los catalanes a una senda autodestructiva incomprensible. El germen de unidad institucional y política que se fraguó en aquella Cataluña de los Juegos ha sido aplastado por Artur Mas, Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y una larga retahíla de dirigentes decididos a conducir a Cataluña a una fractura ciudadana y a una ruina económica sin parangón.

Pese a las reticencias iniciales de los sectores más drásticos del independentismo, incluido un desconfiado Jordi Pujol, en los prolegómenos de 1992 se consagraron una complicidad política constructiva y un contagio ilusionante en torno a un proyecto que proyectó la imagen de Barcelona, y de toda España, en el mundo. Esa es una evidencia que, vista con la perspectiva de los años, no puede calificarse sino de ejemplar, porque toda España se hizo partícipe de un proyecto inédito basado en un desafío precioso. Barcelona y España entera fueron el foco de atención mundial. Hoy, aquella complicidad constructiva -basada en un criterio de pertenencia y de orgullo deportivo y sustentada sobre la imagen internacional de una nación que supo abrirse paso entre las mejores democracias del planeta- da paso al enfrentamiento. Y todo ello, con odio, con rencor, con una inasumible manipulación de la historia y con la estimulación de una mentira sistemática a todos los catalanes.

Cataluña está necesitada de una regresión moral y emocional a aquel 1992 que tanto consiguió unir en torno a banderas comunes y a una idea realista de nación. A algunos les escocerá revivir aquellas imágenes, pero frente a las que hoy se ven en la Generalitat, forman parte de la más exitosa historia viva de Cataluña. El espíritu de aquella Barcelona que encandiló a millones de espectadores y visitantes no puede ser solo un recuerdo. Fue la evidencia de que la normalidad es posible en una Cataluña sin sobresaltos separatistas ni excesos victimistas. Cataluña está ante otra oportunidad decisiva en su historia. Renunciar al chantaje secesionista antes de provocar un choque frontal con el resto del Estado es prioritario porque, sea por la vía de la renuncia voluntaria o por la vía imperativa de un Estado que jamás podrá renunciar a la unidad de su soberanía nacional, el independentismo no triunfará.

Ver los comentarios