Editorial ABC

Secuelas de la catástrofe de Beirut

El Líbano tiene por delante un horizonte muy complicado y la posibilidad de convertirse en un estado fallido, en pleno avispero de Oriente Próximo, es ahora más probable que nunca

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Las protestas de los libaneses contra la putrefacción de la clase política dirigente estallaron en octubre pasado, como un movimiento esperanzador que pretendía revivir las bases de un país que en otros tiempos fue un floreciente ejemplo de éxito para toda la región. Con una crisis institucional gravísima, a la que se sumó el colapso económico del que no es ajena la guerra en la vecina Siria, llegó entonces la pandemia para golpear a un país tremendamente debilitado. Y cuando se creía que la situación ya no podía empeorar se produjo la devastadora explosión del puerto de Beirut, que marcará sin duda un referente esencial para el futuro del país. El Líbano tiene por delante un horizonte muy complicado, y la opción de convertirse en un estado fallido es en estos momentos más probable que nunca.

Para poder afrontar la situación, la vieja generación de dirigentes que han permitido la putrefacción del sistema debería dar un paso al lado de forma voluntaria o, de otro modo, arrastrarán a todo el país hacia el abismo. La sociedad libanesa de todas las creencias seguramente no soportaría que después de lo que ha pasado todo siguiera igual. Los participantes en la conferencia de donantes que se celebró ayer a instancias de la ONU y de Francia han dado a entender claramente que las ayudas que están dispuestos a aportar no se harán efectivas si antes no se producen verdaderas reformas en la cúpula de las instituciones. Naturalmente, falta saber qué actitud adoptará en estos momentos la dictadura iraní, que es un importante factor de inestabilidad en Líbano.

De hecho, esta nación ha sido siempre un país parcialmente tutelado, sea por Francia, sea por Siria, sea por Irán. Existe una pequeña posibilidad de que esta catástrofe pueda servir para reconstruir un nuevo país basado en el derecho y la democracia, incluso en una sociedad en la que las divisiones religiosas se entrecruzan. Se necesitaría un gobierno provisional independiente que pudiera dirigir la reconstrucción más inmediata de Beirut y preparar el terreno para unas elecciones justas y efectivas con tiempo para que el país pueda intentar llegar a un nuevo pacto sociopolítico. Lo único seguro es que debe evitarse el camino de la confrontación como el que han seguido otros países de la zona, donde esos anhelos de libertad y democracia que impulsaron a una parte de la población en lo que de forma incorrecta se ha llamado «primavera árabe» han terminado por llevar a todos a infiernos pavorosos de guerra y destrucción. El momento es espacialmente grave. Del tacto con el que los libaneses sean capaces de gestionar toda esta catástrofe dependerá su propia supervivencia y, de forma paralela, la difícil estabilidad de la región.

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