Razón o revelación

La Semana Santa es un momento propicio para meditar sobre la razón de la revelación, esto es, la justificación racional, o su imposibilidad, de la apertura a lo espiritual

Scheling
Arash Arjomandi

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Hay un momento clave en la historia y cultura de Occidente. A mediados del siglo XIX el pensamiento europeo se debatía entre dos grandes modos de ver el mundo. Por un lado, célebre filósofo alemán Schelling (1775-1854) buscaba hallar la conjugación de dos vías: la vía tradicional, que siempre presuponía una revelación que aportaba el marco de referencia para el pensamiento y la razón humana. Y el modo moderno de ver las cosas (inaugurado por Descartes) , que creía que nuestra racionalidad es capaz de inferir, por sí misma y sin supuestos revelados, toda la realidad. Así, lo característico de la edad de la razón, inaugurada por el método de Descartes y prolongada aún hasta nuestros días, es que ve posible deducir desde la propia inteligencia humana las pautas de certidumbre y verdad.

Por otro lado, el amigo contrincante de Schelling, Hegel (1770-1831), el gran pensador idealista de nuestra era, sostenía que la intelección humana puede, ella misma, realizar esa síntesis o conjugación de ambas dimensiones de la realidad, sin necesidad de ninguna revelación previa que nos remita a la raíz sagrada de la existencia, por cuanto Hegel entendía que la totalidad de lo existente hinca sus raíces, en el fondo, en nuestra propia capacidad de conocimiento e ideación.

Pero he aquí que ocurre algo trágico para el pensamiento: Schelling muere sin hallar el broche áureo que pretendía sellar los dos lados de la existencia: la racional y la espiritual. Su anhelada síntesis entre el pensamiento racional y la dimensión mistérica o esotérica de la realidad quedaba sin poderse consumar. En consecuencia, las dos grandes orientaciones del pensamiento occidental moderno no lograron conciliar, de tal modo que la gigantomaquia que se libraba en busca de la verdad entre esas dos grandes apuestas quedaba perpetuada. Ese duelo de titanes abrió, a partir de la década de los cuarenta del siglo XIX una crisis de características tan descomunales para la intelectualidad que constituye –en palabras del gran pensador Eugenio Trías – «quizás, lo más característico de la experiencia contemporánea. En el seno de ésta se halla la fisura que escinde las dos partes del espíritu, la manifiesta (racional) y la esotérica (espiritual) no parecen poderse conjuntar».

Es, ciertamente, la gran catástrofe que le ocurre a la inteligencia humana: una crisis trágica que explicaría el hecho de que toda la época contemporánea se caracterice por la centralidad y hegemonía de nociones o ideas negativas, que toman el protagonismo, en nuestro mundo moderno. Ideas, elementos y valores como lo siniestro, lo feo, la fascinación por todo lo demoníaco, horrendo o repugnante; y, en lo ético, por el mal, la maldad o la perversión. Según Trías, tras esa década crucial, todo el mundo contemporáneo, incluido el actual, bascula entre un racionalismo incapaz de abrirse a las raíces del espíritu y una apertura espiritual que no permite, tampoco, trabar vínculos fecundos y efectivos con el universo de la razón. “Esta basculación inquietante –afirma Trías– puede perseguirse en todo el amplio espectro de las manifestaciones de la vida y de la cultura: en el arte, en el pensamiento, en las formas de sociabilidad y de expresión cultural, lo mismo que en la experiencia personal. El mundo contemporáneo, heredero del idealismo alemán, quizás después de 1848, revela la extrema dificultad por hallar una conjugación o cópula entre las dos partes del espíritu. Todas las síntesis que se proponen resultan, a la postre, deficitarias: o se inclinan hacia el lado diurno y racional, o se sumergen en la noche del inconsciente y del simbolismo”.

El único que supo ver y criticar esa desviación del proyecto moderno (la pretensión desmedida y soberbia de la razón, a costa de la represión de lo sagrado) fue Schelling, quien intentó la vía de su resolución mediante “la crítica de la razón idealista desde una base real que la generación siguiente (Kierkegaard, Nietzsche, etc.) concibieron como base social o como base religiosa. En Schelling esa base real conduce de forma inequívoca, a un diálogo en profundidad con la revelación de lo sagrado”.

@ArashArjoma es profesor de filosofía aplicada en la UAB y consultor en inspiralia.org

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