La perversión de la mayoría

«Sabe el señor Sánchez que está procurando una mayoría antinatural y que su ambición personal crea una gravísima inestabilidad política en España. Pero prefiere olvidar todo eso y apela a un supuesto clamor nacional que le obliga a desalojar, como sea, a Rajoy y a su partido del gobierno de la nación»

Nieto

Daniel García-Pita Pemán

La moción de censura presentada por el PSOE constituye una gravísima amenaza para la estabilidad de España que ya ha producido sus primeros efectos negativos en los mercados.

Pedro Sánchez quiere reeditar la maniobra de octubre de 2016 cuando pretendió concitar una mayoría que le respaldara como presidente de Gobierno, a pesar de haber sido derrotado ampliamente en las elecciones. Desbarataron la maniobra los barones del PSOE con sensatez, Ciudadanos revelando astucia y Podemos en una manifestación de inexperiencia. Afortunadamente, sensatez, astucia e inexperiencia se unieron en beneficio del país. No es lo frecuente. Sánchez actuó después con aparente inteligencia y gallardía cuando se sobrepuso a su derrota y fue capaz de ganar de nuevo las elecciones primarias a secretario general del partido. Un año después se pone de manifiesto que la gallardía escondía solo la soberbia del desquite y que la inteligencia estaba exclusivamente subordinada a su ambición personal.

Lo acaecido desde entonces en España no solamente no ha cambiado las circunstancias en beneficio de la pretensión de Sánchez de ocupar la presidencia del Gobierno sin el respaldo de unas elecciones generales, sino que, por el contrario, resalta lo espurio de querer utilizar una mayoría parlamentaria que no responde al principio que inspira la moción de censura constructiva en nuestra Constitución: no solo el acuerdo de destitución de un presidente de Gobierno sino la presentación simultánea de otro cuyo programa -se presume que estable- tenga un respaldo mayoritario de la Cámara.

Nada hay más condenable en el ámbito de la democracia que abusar de sus reglas formales para violentar el principio fundamental que la inspira, el logro del interés general de los ciudadanos. Como todo lo condenable, esta malignidad es susceptible de graduación. En este caso bordea un nivel de perversión en el abuso de las reglas democráticas. Tan antiguo como las leyes es el concepto de abuso del derecho. El abuso de la mayoría es una modalidad del mismo, en la que la mayoría pasa por encima de los principios que inspiran una ley para conseguir una finalidad no amparada por la norma de la que se abusa.

Los políticos declaran habitualmente ante este tipo de desmanes que no hay otro propósito que el de hacer prevalecer la democracia y el sentir mayoritario. Quienes más lo proclaman, generalmente banalizan la democracia haciéndola coincidir con una imposición de la literalidad de la ley al margen de su finalidad, ignorando olímpicamente el interés general. La democracia descansa en una serie de principios morales que los ciudadanos elevan a la categoría de norma básica y fundamental, protegida del capricho momentáneo de mayorías circunstanciales con una serie de mecanismos que tienden a preservar las reglas básicas de la convivencia política. Esto difícilmente se compadece con una apreciación coyuntural y distorsionada de la realidad.

Pedro Sánchez -al igual que Rajoy y sus predecesores- sabe que la Ley electoral atribuye un desmesurado poder a los partidos nacionalistas en la Cortes Españolas. Es plenamente consciente -y no lo oculta- de que la defensa de la unidad de España, a cuyo frente se ponía hace pocos días, requiere más que nunca la unidad de los constitucionalistas frente a los separatistas. La repentina conversión del señor Torra a la legalidad, suprimiendo de su gobierno a presos y fugados para justificar formalmente la cesación del artículo 155, levanta sospechas de un acuerdo, rato o in pectore, o, al menos, de unas conductas sospechosamente paralelas, en pro de la moción de censura. Y en política no hay favor sin recompensa.

No ignora tampoco el señor Sánchez que cualquier acuerdo con Podemos se percibiría desde fuera con un peligroso aroma de contagio del mal populista griego, al que también parece encaminarse Italia. Generaría desconfianza y daño grave a corto plazo y, a medio, irrecuperable por mucho tiempo. El presidente de la República Italiana que comparte ese temor ha hecho uso de sus poderes excepcionales y ha vetado la formación de un gobierno populista-nacionalista. El Rey en España no tiene esos poderes.

Sabe el señor Sánchez, en definitiva, que está procurando una mayoría antinatural y que su ambición personal crea una gravísima inestabilidad política en España.

Pero prefiere olvidar todo eso y apela a un supuesto clamor nacional que le obliga a desalojar, como sea, a Rajoy y a su partido del gobierno de la nación. Ese clamor mayoritario, que también llama desde lo alto algunos días a Ciudadanos, ha quedado ungido por el óleo sagrado de una sentencia judicial, pendiente de recurso, cuyo fallo se distorsiona burdamente y se refiere a los mismos hechos que políticamente fueron ya el tema central de las últimas elecciones. La nueva democracia de las redes sociales generan permanentemente esa sensación de mayorías y de clamores nacionales que luego las urnas, o simplemente las votaciones de Eurovisión, ponen en su sitio.

Bias de Priene -protagonista con la caprichosa e inestable diosa Fortuna del poema del Marqués de Santillana- fue uno de los siete sabios de Grecia. El más sabio de entre ellos, al decir de otros muchos sabios posteriores. Fue convocado a Delfos con los otros seis sabios para que formularan máximas que sirvieran de guía a los que acudieran al célebre oráculo. Después de larga meditación, escribió el aforismo tan discutido por filósofos y helenistas: «La mayoría de los hombres es mala». Mucho se ha discutido si hacía una declaración estadística tomando los hombres uno a uno, o un juicio hoy políticamente incorrecto sobre las limitaciones de la mayoría. Sesudos intérpretes creen que por «mala» se refiere a mediocre o falta de sabiduría y que la segunda interpretación es la correcta. Veintiséis siglos después otro sabio, Karl Popper, citado de modo habitual por los políticos progresistas más instruidos afirmó: «La mayoría nunca establece lo que está bien o mal, la mayoría a veces se equivoca».

En una democracia moderna, la mayoría de los ciudadanos está en su derecho a equivocarse, pero en las urnas, no distorsionando sus representantes las normas en aras de «clamores nacionales» y de «mayorías en las redes sociales».

Daniel García-Pita Pemán es abogado y miembro correspondiente de la real academia de legislación y jurisprudencia

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