Ignacio Camacho

Perros en la carretera

Nunca fueron tan inútiles los pronósticos como en este ciclo de verdades gaseosas, aventurerismos y falsos profetas

Ignacio Camacho
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Para un hombre de mi pueblo, el año nuevo acabó el primer día. Lo que tardó un perro en obligarle a un volantazo fatal al cruzarse ante su coche en la carretera. La vida y el azar son así: de repente se llevan tus proyectos con un golpe de mala suerte. Quizá el infortunado conductor fuese oyendo en la radio las previsiones de los expertos para 2017. Quincalla mediática para llenar espacio; si hay algo que caracteriza esta época es su tenaz resistencia a los pronósticos, su carácter volátil, aleatorio, inestable, contingente.

Quién puede aventurar el futuro en un tiempo en que fracasan las encuestas, que al menos se basan en investigaciones de opinión pública y aplican la metodología de una ciencia.

La ineficacia reciente de la demoscopia demuestra la progresiva disipación de las certezas. El periodismo disfraza de proyecciones lo que no son más que meras conjeturas; cada semana queda refutada una nueva hipótesis o se derrumba una presunta evidencia. Nunca fueron tan difíciles los pronósticos como en este ciclo de aventurerismos y falsos profetas.

Esta imprevisibilidad tiene que ver con el debilitamiento de los liderazgos intelectuales. Las élites han perdido la capacidad de prescribir valores y dirigir conductas sociales; la política va por detrás de las tendencias espontáneas que se retroalimentan a través de la opinión compartida en internet. El éxito de la posverdad, de la divulgación masiva de mitos, bulos o fábulas, revela la hegemonía de las emociones frente a la razón o hasta frente a la misma realidad. Cuando las verdades virtuales se imponen a las factuales resulta imposible elaborar predicciones de base objetiva: estamos en el territorio de la cábala. Una suerte de superstición posmoderna que convierte el cálculo racional en pura adivinanza.

En ese marco de imponderables gaseosos ninguna teoría pasa de la simple suposición. Los mercados se comportan de manera errática, los electores esconden en los sondeos sus verdaderas intenciones, los políticos se mueven al albur de tendencias intuitivas o espontáneas. Tipos de criterio tan incierto como Trump o Putin tienen en sus manos decisiones de consecuencias planetarias. Los líderes públicos e incluso los gestores empresariales actúan como improvisados pilotos que pulsan los botones del cuadro de mandos a ver qué pasa. El futuro inmediato responde a carambolas, a estímulos convulsivos, sin patrones ni pautas.

Ya no se trata del cacareado cambio de paradigmas, sino de la ausencia de estructuras lógicas que permitan configurar un modelo de mínima congruencia. Los análisis convencionales no sirven y los vaticinios deductivos se han vuelto pensamiento ilusorio, wishful thinking: bagatelas. La desoladora verdad respecto a lo que puede ocurrir en el año que empieza es que nadie tiene ni puta idea. Y que en cualquier momento los perros de la casualidad pueden cruzarse en la carretera.

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